martes, 21 de abril de 2015

Nata de estupideces.

Pocas virtudes posee el hombre indecente, porque de él derivan todas las magnificencias de la destrucción.

¿Qué de malo hay en el odio? ¿En una época más allá del bien y del mal, qué estúpidos Dioses defecan una pobre imposición del sentido de la abstención? Nada de autocontroles, modernos hijos del Estado, ustedes, católicos o protestantes, con expensas devenidas la moral de la anti masturbación y del grito eterno por el pecado de la fornicación, comprendan y sepan que hay un Estado más allá de sus estúpdios policías: un hilo dorado, camino al edén, a la transfiguración del hebreo mito del paraíso: su egocentrismo.


martes, 16 de agosto de 2011

Dialéctica de la inspiración

"El refugio de los mitos es, para quién está escapando de un fuerte dolor, una creación con sentido"

Jamás he visto un volcán en mi vida aparte de mis pasiones, no he tenido fortuna de apreciar la furia de su espectáculo geológico. Solo tengo imágenes de su mito equiparables simbólicamente a la deuda que tenemos con el saber del natalicio.

Nacer y morir son monumentales explosiones, por escapar con astucia del terreno de la memoria, van más allá del espacio del sufrimiento.

Quiero traer uno de los titanes más apoteósicos del mundo de los vivos, su nombre es Eros.

Eros, fulgurante paseante, invasor despiadado, rotundo alfa y omega, habita cavernas recónditas, albergándose en los corazones, caminando invisible por las sendas del dolor. Su apremiante figura atrae chispas de calor, brasas salvajes equiparables al tránsito del sol por la aurora terrestre. Su forma paradójica se mimetiza espléndida en la ceguera de quien lo padece. Eros, por su mismo brillo, deja sin visión a quién desee arrodillarse a su conocimiento.

Eros tiene un amante: Tánatos. Sombra noctívaga, acobija dardos de cianuro. De ensiforme contextura, atraviesa la urdimbre tejida por la creativa fuerza de Eros. Plañida en los funerales, duelos y asesinatos, con un estruendoso silencio que abarca la incomprensión de todo lo inexplicable.

Si Eros es música Tánatos es silencio, y todas las estirpes que se conjugan en la ambigüedad de su dialéctica son las hijas del desamor.

Entre los dos incesantes amantes, un riego de placer perdura, una brumosa radiación de círculos concéntricos de imposible cálculo. La vaguedad del entendimiento, por su limitado lenguaje, resulta absurdo e inefable para extender seguridad en el conocimiento de estos dos seres de explosión.

Aunque el natalicio sea por congruencia progenitor de la muerte, es inevitable el hecho de que por una figura amoral de sensaciones, estas dos existencias resulten por un modo u otro siguiendo la forma fiel de Eros y Tánatos: resultan incestuosos.

El nacimiento se enamora de la muerte, siendo la vida el terreno de la contradicción amarga de estas dos polaridades. En el encuentro, un herido grave tiene que reclamar honor, porque sin su existencia, ningún paliativo conocido podría darle la esperanza de una ley que lo perdone. Sin embargo, perdón para quien es desamado no se inventó el Caos; por tanto, en un encanto repulsivo sobre quien recae la herida del amor entre parto y el velorio, es el hombre, esa especie débil y finita que necesita una fuente de causas para sus desdichas.

Si bien, para quien no entiende Eros es nacimiento y Tánatos es Muerte, por otra parte el diluvio dejó humanos, y en ese estallido universal de injusticia, dimitió para estos últimos un regalo que contiene dos virtudes irreconciliables: lo bueno y lo malo. Este regalo se llama corazón.

La sangre, tibia sustancia fértil y fecunda, se roza con las brasas del corazón; y Caos, que no dejó cabos sin atar, procuró que los humanos experimentaran la desgracia, para que con el peso de la humillación pudiesen levantar poderosas rocas.

Así pues, concluye la historia de aquél humano que de tanto amor logró levantar un planeta, dicho astro, con terrible espanto, se llamó literatura, y todo aquél que convive con las letras de este pobre malaventurado, encontrará el nacimiento de las artes, en la fecunda y desdichada historia del encuentro fatal entre Eros y Tánatos.

Santiago.

Fornicación amarga

Es difícil disfrutar un buen pedazo de piel cuando tenemos a pocos metros la tentación de una nueva. ¿De qué trozos de piel hablo? De la seductora idea de un descanso, la llamada a la vuelta que nos promete placer. En el sentido más abstracto posible, sin posibilidad de fecundar prolijidad en el perezoso acto de leer, no quiero cansar con pacotillerías y falsedades a los dioses que me leen en este momento.

miércoles, 6 de julio de 2011

Cualquier cosa que escriba no tiene sentido

Cualquier cosa que escriba, que sea legible, escrita, redactada, hecha, estructurada, pensada, organizada; con un fin, con un sentido, con linealidad, con argumentación, con voluntad, con querer; ordenada, clasificada; apologética, premeditada, reflexionada, especulada, repasada, rememorada, corregida y retórica; hecha una máquina, una industria, una razón, un fin, un camino, un lugar, un espacio, un tiempo, una sociedad, una institución, una organización y una estructuración, un poder, un monopolio, una norma y una ley, un canon o gravamen; hecha de fuerza, de coerción, de disciplina, de fe, de seguridad; para luchar, para pelear, para batallar, para ganar, para tener, para ser, para estar, para definir, para bien o para mal, para arriba o para abajo, contigo o sin ti, para ti o para mi, para alguien o para algo, para tenerte, para alejarte, para nada o para todo, para entender o para confundir, para tener paz o para estar intranquilo, para que sepas de mi o para que sepa de ti, para ir hacia allá o hacia acá, para quererte o para odiarte, para despedirme o para saludarte; desde el alma, desde la razón, desde la inconsciencia, desde la insensatez, desde la sensatez, desde la cordura, desde la locura, desde mi amor, desde mi odio, desde mi corazón, desde mis huesos, desde mis reminiscencias, desde mí hacia ti, desde ti para ti; porque eres hermosa; porque hueles bien; porque me encanta tu mirada tu leve estrabismo, el brillo de tus pupilas; tu nariz y pecas, tu boquita de rastro de tiza, tu sonrisa, resplandeciente y fibrosa; el sabor de tu boca, el calor de tu piel; descubriendo el encuentro de tu verdad y tu mentira, tu teatro y tu público; con dolor, con pena, con “saudade”, tristeza, desazón, sinsabor, remordimiento, culpa, yerro, pecado, melancolía, añoranza, ahogo, condena, agitado, tembloroso, abotagado, recio, apóstata, irreductible, intransigente, pueril, bisoño, desengañado, desalentado, escéptico, confundido, aletargado, pleonástico, bufo, arcaico, viejo, primitivo, rimbombante, extravagante, risible, ridículo, incontenible, tosco, chocarrero, ordinario y pretencioso: no tiene sentido, porque si lo tuviera no hubiera gastado tantas palabras para decirte que te quiero y que me haces falta.

martes, 29 de marzo de 2011

Aforismos Sensacionistas

[tal vez 1916]

Sentir es crear.

Sentir es pensar sin ideas, y por eso sentir es comprender, visto que el Universo no tiene ideas.

– ¿Pero qué es sentir?

Tener opiniones es no sentir.

Todas nuestras opiniones son de los otros.

Pensar es querer transmitir a los otros aquello que se piensa que se siente.

Sólo lo que se piensa se puede comunicar a los otros. Lo que se siente no se puede comunicar. Sólo se puede comunicar el valor de lo que se siente. Sólo se puede hacer sentir lo que se siente. No que el lector sienta la pena común [?]. Basta que sienta de la misma manera.

El sentimiento abre las puertas de la prisión con que el pensamiento cierra el alma.

La lucidez sólo debe llegar a la entrada del alma. En las propias antecámaras del sentimiento está prohibido ser explícito.

Sentir es comprender. Pensar es errar. Comprender lo que otra persona piensa es discordar con ella. Comprender lo que otra persona siente es ser ella. Ser otra persona es de una gran utilidad metafísica. Dios es toda la gente.

Ver, oír, oler, gustar, palpar: son los únicos mandamientos de la ley de Dios. Los sentidos son divinos porque son nuestra relación con el Universo, y nuestra relación con el Universo Dios.

[...]

Actuar es descreer. Pensar es errar. Sólo sentir es creencia y verdad. Nada existe fuera de nuestras sensaciones. Por eso actuar es traicionar nuestro pensamiento.

[...]

No hay criterio de verdad sino no concordar consigo mismo. El universo no concuerda consigo mismo, porque pasa. La vida no concuerda consigo misma, porque muere. La paradoja es la fórmula típica de la Naturaleza. Por eso toda verdad tiene una forma [?] paradojal.

[...] Afirmar es engañarse en la puerta.

Pensar es limitar. Razonar es excluir. Hay mucho que es bueno pensar, porque hay mucho que es bueno limitar y excluir.

[...]

Substitúyete siempre a ti mismo. Tú no eres bastante para ti. Sé siempre imprevenido [?] por ti mismo. Acontécete frente a ti mismo. Que tus sensaciones sean meros acasos, aventuras que te acontecen. Debes ser un universo sin leyes para poder ser superior.

Son estos los principios esenciales del sensacionismo. [...]

Haz de tu alma una metafísica, una ética y una estética. Substitúyete a Dios indecorosamente. Es la única actitud realmente religiosa. (Dios está en todas partes excepto en sí mismo).

Haz de tu ser una religión ateísta; de tus sensaciones un rito y un culto. [...]

Fernando Pessoa

Todas las cartas de amor son ridículas...*

Todas las cartas de amor son
ridículas.
No serían cartas de amor si no fuesen
ridículas.

También escribí en mi tiempo cartas de amor,
como las demás,
ridículas.

Las cartas de amor, si hay amor,
tienen que ser
ridículas.

Pero, al fin y al cabo,
sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor
sí que son
ridículas.

Quién me diera el tiempo en que escribía
sin darme cuenta
cartas de amor
ridículas.

La verdad es que hoy mis recuerdos
de esas cartas de amor
sí que son
ridículos.

(Todas las palabras esdrújulas,
como los sentimientos esdrújulos,
son naturalmente
ridículas).

**Heterónimo A. Campos
Versión de Miguel Ángel Flores

martes, 8 de marzo de 2011

Un poema de amor.

Para ella.


Bukowski
todas las mujeres

todos sus besos sus

diferentes maneras de amar

y hablar y necesitar.


sus orejas, todas tienen

orejas y

gargantas y vestidos

y zapatos y

automóviles y ex

maridos.


en su mayoría

las mujeres son muy

cariñosas, me recuerdan a una

tostada untada con la mantequilla

derretida

dentro.


tienen una cierta

mirada: se han quedado

con ellas las han

engañado. no sé muy bien qué

hacer por

ellas.


soy

un cocinero pasable, sé escuchar

bien

pero nunca aprendí a

bailar; estaba ocupado

con cosas más importantes por aquel entonces.


pero he disfrutado de sus diferentes

camas

fumando pitillos

mirando los

techos. no fui despiadado ni

inusto, sólo

un estudiante.


sé que todas tienen esos

pies y descalzas cruzan el piso mientras

contemplo sus tímidas nalgas en la

oscuridad. sé que son como yo, algunas incluso

me quieren

pero yo quiero a muy

pocas.


algunas me dan naranjas y vitaminas en pastillas;

otras hablan en voz queda de

la infancia y de padres y

paisajes; algunas están

casi locas pero ninguna carece de

sentido: unas aman

bien, otras no

tanto; las que se lo montan mejor en la cama no siempre son

las mejores en otros

aspectos; cada una tiene límites como yo

los tengo y nos calamos

mutuamente

enseguida.


todas las mujeres todas las

mujeres todos los

dormitorios

las alfombras las

fotos las

cortinas, es

algo así como una iglesia sólo que

a veces hay

risas.


esas orejas esos

brazos esos

codos esos ojos

mirando, el cariño y

el deseo me han

abrazado me han

abrazado.

NOSOTROS LOS DINOSAURIOS

Bukowski

Nacimos así
en medio de esto
mientras rostros de tiza sonríen
mientras doña muerte ríe
mientras los ascensores se rompen
mientras panoramas políticos se disuelven
mientras el chico del supermercado
termina la Universidad
mientras peces envueltos en petróleo
escupen su aceitosa plegaria
mientras el sol está enmascarado.
Nacimos así
en medio de esto
en medio de guerras prudentemente enloquecidas
en medio del paisaje de fabricas con ventanas
rotas y vacías
en medio de bares en donde la gente ya no habla
en medio de peleas que pasan de los puños a
las armas y a las navajas.
Nacimos en esto
entre hospitales tan caros que es más barato morirse
entre abogados que te cobran tanto, que es más
barato declararse culpable.
En un país donde las cárceles están llenas
y los manicomios cerrados.
En un lugar donde las masas elevan a los ineptos
a la categoría de héroes.
Nacimos en esto
caminamos y vivimos
a través de esto
muriendo por esto
mutando por esto
silenciados a causa de esto
castrados,
abusados,
desheredados
por esto,
engañados por esto,
usados por esto,
jodidos por esto,
enloquecidos y enfermos por esto,
convertidos en seres violentos
convertidos en seres inhumanos
por esto.
Los corazones están ennegrecidos
los dedos buscan las gargantas
al revolver
la navaja
a la bomba
los dedos se dirigen hacia un Dios insensible
que no responde.
Los dedos van a la botella
a las pastillas
a la pólvora.
Hemos nacido en medio de esta lastimosa devastación
hemos nacido en medio de un gobierno endeudado
hace 60 años
que pronto no podrá pagar siquiera los intereses
y los bancos arderán
y el dinero no servirá para nada.
Habrá asesinos libres e impunes por las calles
habrá pistolas y mafias oficiales.
La tierra se volverá inútil
los alimentos serán una recompensa que se esfuma.
El poder nuclear estará en manos de la mayoría
explosiones sacudirán la tierra.
Hombres robot afectados por radiaciones
acecharán a otros hombres.
Los ricos y los elegidos observarán
desde plataformas espaciales.
El infierno de Dante parecerá
un juego de niños.
El sol ya no se verá y será siempre noche
los árboles morirán
toda la vegetación morirá
hombres afectados por radiaciones comerán
la carne de otros hombres afectados por radiaciones.
El mar estará contaminado
los lagos y los ríos desaparecerán
la lluvia será el nuevo oro.
Un viento oscuro esparcirá el hedor de
cuerpos putrefactos de hombres y animales
los escasos sobrevivientes serán, asediados
por nuevas y horribles enfermedades.
Y las plataformas espaciales se irán
destruyendo por el desgaste y la
escasez de provisiones
y el simple efecto de la decadencia general.
Y entonces surgirá de eso
el silencio más hermoso
jamás oído
y el sol todavía ahí, oculto
estará esperando el próximo capítulo.

No tanto como tú.

Charles Bukowski.

De: Apostandole a la musa

Te imagino sentadita toda elegante sobre mis piernas
con todas tus alhajas de vanidad que aterra
tal vez eres solamente mía, o lo probable
que eres de todos y de todas, porque sé
de esas debilidades tuyas cuando vez a la chica
que tanto como a ti me gusta, y me dices:
es la princesa de todos mis sueños húmedos
es su cintura la que ansío retener
¿Lo ves?
mira lo hermosa que es esa condenada,
mira sus labios siempre mojaditos
mira sus senos medianos y erguidos
es hermosa, muy hermosa…
No tanto como tú musa, no tanto como tú.

sábado, 26 de febrero de 2011

Un Artista.

Manuel Mujica Láinez

En la "Hostería de la Manzana de Adán" tenían sus cuarteles unos cuantos literatos y desocupados que solían ir a filosofar frente a su bien abastecida chimenea. Era un viejo mesón cuyas paredes morunas, blanqueadas con cal, brillaban a la luz de la luna.

Allí, entre el humo de las pipas y el chocar de los vasos, los bohemios hacían derroche de espíritu y buen humor. Una vez, por mera curiosidad, visité dicho establecimiento.

El interior constaba de una sala en la que cabrían hasta veinte mesas. A la luz vaga de los candelabros, advertíanse apenas los rostros de los jubilosos escritores; pero sonoras carcajadas delataban su presencia. Recuerdo que llamó mi atención un hombre que, con aristocrático desdén, no parecía querer unirse a los demás.

La luz vacilante de un cirio le daba de lleno en el rostro, en el que ponía largas pinceladas de oro. Era alto y fino. Evocaba los lienzos borrosos de Holbein y de los maestros flamencos.

Los lacios cabellos y la barba rubia prestábanle cierto parecido con San Juan Evangelista. Pero lo que más me impresionó fueron sus ojos, maravillosamente puros y azules, llenos de dulzura. Estaba de pie, apoyado contra el dintel de una puerta, y fumaba lentamente en una larga pipa de porcelana alemana. Ignoro de qué modo trabé relación con él. Como por artes mágicas me vi sentado frente a él, ante una mesa en que brillaban dos gruesos vasos de cerveza.

Fijeme, entonces, en su raído traje y en la corbata romántica, anudada con despreocupación, y pensé: un poeta. Era un pintor. Así me lo dijo mientras que, en el desvencijado pianillo, una mujer de grandes ojos rasgados comenzó a tocar un nocturno de Chopin.

Apagáronse los profanos murmullos. Suavemente, con voz musical que parecía seguir el ritmo doloroso del Nocturno, mi pintor habló. Pertenecía a la escuela de los artistas que quieren revivir en sus telas el arte muerto de Bizancio. Con los ojos cerrados, acariciándose la barba, narró el fasto de las opulentas ciudades de Teodora.

Fue un verdadero friso, un bajorrelieve, el que puso ante mis ojos deslumbrados.

Y había en él patriarcas severos, emperadores indolentes y cortesanas suntuosas, envueltos todos en el fulgor extraño de las joyas. Los inmensos palacios de mármol y mosaicos se levantaban, piedra a piedra, en mi imaginación. Veía el brillo de las tierras y el de los pesados anillos en las manos imperiales. Athenais... Irene... Las cúpulas de las basílicas se erigían como metálicos yelmos sarracenos.

Hechizado, lo escuchaba yo. Este hombre era un artista. Un verdadero artista. Hablaba de su arte, de sus ideales, con religioso fervor, como puede un sacerdote hablar de su culto.

Luego, sin transición, fija la mirada en un punto inaccesible, el desconocido me contó su vida, azarosa y miserable. A pesar de su profundo conocimiento de la historia antigua y de sus notables estudios bizantinos, el triunfo no había coronado sus esfuerzos.

Ahora, indiferente, vivía su vida interior sin preocuparse de lo que lo rodeaba. Tenía una gran indulgencia para con todos y su única defensa contra las adversidades y el hastío era encogerse de hombros.

-Ahí tiene usted a esos pobres muchachos -me dijo, señalando un grupo de jóvenes melenudos-. No hay ni uno de ellos que valga y, sin embargo, véalos usted felices, alegres, llamándose "maestro" mutuamente... A veces, vienen y me leen sus versos.

En sus sienes las venas azules y bien marcadas se hinchaban. Yo miraba sus manos de marfil viejo que, exhaustas, descansaban sobre la mesa. Temblaron un poco sus labios finos y sonrió con amargura.

En ese instante, el San Juan Evangelista se borró por completo de mi mente. Me parecía mi interlocutor un soberano oriental, un sátrapa persa, despreocupado y lánguido, como esos cuyo perfil voluptuoso se esfuma suavemente en las viejas monedas de oro del Asia Menor.

Se levantó y me dio la mano. Partía. Díjome que se llamaba Diego Narbona y vivía allí cerca. Quedé solo en mi mesa. Allá lejos, la chimenea murmuraba su triste cantar.

El humo era tan espeso que parecía envolvernos una densa niebla. Del grupo de los jóvenes melenudos uno recitaba... Mon âme est une Infante en robe de parade. Yo pensaba en mi pintor. Veíalo revistiendo el manto imperial de Justiniano, y elevando, con las manos cargadas de anillos, una pesada diadema. Una mujer hermosísima, hincada ante él, aguardaba el instante solemne de la coronación. Y esa mujer era la Belleza.

Aux pieds de son fautiel allongés noblement, deux lévriers d'Ecosse aux yeux mélancoliques...

Alguien, con el pie, marcaba el fin de cada verso. Detrás del mostrador, la hostelera miraba con admiración a sus parroquianos. A veces sonreía, mostrando un diente negro.

Encima de una mesa descansaba un grueso Diccionario Enciclopédico, y un muchachito pecoso lo hojeaba lentamente, leyendo por lo bajo: "Asur... Asur... Asurbanipal..." Despertándome bruscamente de un sueño recién comenzado, la puerta de entrada se abrió de par en par, y una mujer joven y bonita entró, llorando desesperadamente.

Su brazo sangraba.

-¿Otra vez aquí? -gruñó la mesonera de malhumor.

El más joven de los poetas se acercó a ella.

-¿Te ha pegado de nuevo? -dijo.

-Sí... Porque dejé que se quemara la tortilla...

Yo me aproximé. Parecíame imposible que un hombre pudiera maltratar a una mujer tan frágil... ¡Ah! Si mi amigo el pintor estuviera aquí, ¡cómo sabría consolarla! ¡Con qué suaves inflexiones de voz calmaría...! Compasivo, me acerqué más aún.

Ideas vengativas cruzaron por mi cerebro al verla tan bella, tan débil.

-¿Cómo se llama su marido? -rugí.

Ella levantó hacía mí sus ojos claros y azules que me recordaban otros dos ojos claros y azules, llenos de dulzura y pureza:

-Diego Narbona -me dijo...

FIN

Narciso

Manuel Mujica Láinez

Si salía, encerraba a los gatos. Los buscaba, debajo de los muebles, en la ondulación de los cortinajes, detrás de los libros, y los llevaba en brazos, uno a uno, a su dormitorio. Allí se acomodaban sobre el sofá de felpa raída, hasta su regreso. Eran cuatro, cinco, seis, según los años, según se deshiciera de las crías, pero todos semejantes, grises y rayados y de un negro negrísimo.

Serafín no los dejaba en la salita que completaba, con un baño minúsculo, su exiguo departamento, en aquella vieja casa convertida, tras mil zurcidos y parches, en inquilinato mezquino, por temor de que la gatería trepase a la cómoda encima de la cual el espejo ensanchaba su soberbia.

Aquel heredado espejo constituía el solo lujo del ocupante. Era muy grande, con el marco dorado, enrulado, isabelino. Frente a él, cuando regresaba de la oficina, transcurría la mayor parte del tiempo de Serafín. Se sentaba a cierta distancia de la cómoda y contemplaba largamente, siempre en la misma actitud, la imagen que el marco ilustre le ofrecía: la de un muchacho de expresión misteriosa e innegable hermosura, que desde allí, la mano izquierda abierta como una flor en la solapa, lo miraba a él, fijos los ojos del uno en el otro. Entonces los gatos cruzaban el vano del dormitorio y lo rodeaban en silencio. Sabían que para permanecer en la sala debían hacerse olvidar, que no debían perturbar el examen meditabundo del solitario, y, aterciopelados, fantasmales, se echaban en torno del contemplador.

Las distracciones que antes debiera a la lectura y a la música propuesta por un antiguo fonógrafo habían terminado por dejar su sitio al único placer de la observación frente al espejo. Serafín se desquitaba así de las obligaciones tristes que le imponían las circunstancias. Nada, ni el libro más admirable ni la melodía más sutil, podía procurarle la paz, la felicidad que adeudaba a la imagen del espejo. Volvía cansado, desilusionado, herido, a su íntimo refugio, y la pureza de aquel rostro, de aquella mano puesta en la solapa le infundía nueva vitalidad. Pero no aplicaba el vigor que al espejo debía a ningún esfuerzo práctico. Ya casi no limpiaba las habitaciones, y la mugre se atascaba en el piso, en los muebles, en los muros, alrededor de la cama siempre deshecha. Apenas comía. Traía para los gatos, exclusivos partícipes de su clausura, unos trozos de carne cuyos restos contribuían al desorden, y si los vecinos se quejaban del hedor que manaba de su departamento se limitaba a encogerse de hombros, porque Serafín no lo percibía; Serafín no otorgaba importancia a nada que no fuese su espejo. Éste sí resplandecía, triunfal, en medio de la desolación y la acumulada basura. Brillaba su marco, y la imagen del muchacho hermoso parecía iluminada desde el interior.

Los gatos, entretanto, vagaban como sombras. Una noche, mientras Serafín cumplía su vigilante tarea frente a la quieta figura, uno lanzó un maullido loco y saltó sobre la cómoda. Serafín lo apartó violentamente, y los felinos no reanudaron la tentativa, pero cualquiera que no fuese él, cualquiera que no estuviese ensimismado en la contemplación absorbente, hubiese advertido en la nerviosidad gatuna, en el llamear de sus pupilas, un contenido deseo, que mantenía trémulos, electrizados, a los acompañantes de su abandono.

Serafín se sintió mal, muy mal, una tarde. Cuando regresó del trabajo, renunció por primera vez, desde que allí vivía, al goce secreto que el espejo le acordaba con invariable fidelidad, y se estiró en la cama. No había llevado comida, ni para los gatos ni para él. Con suaves maullidos, desconcertados por la traición a la costumbre, los gatos cercaron su lecho. El hambre los tornó audaces a medida que pasaban las horas, y valiéndose de dientes y uñas, tironearon de la colcha, pero su dueño inmóvil los dejó hacer. Llego así la mañana, avanzó la tarde, sin que variara la posición del yaciente, hasta que el reclamo voraz trastornó a los cautivos. Como si para ello se hubiesen concertado, irrumpieron en la salita, maulando desconsoladamente.

Allá arriba la victoria del espejo desdeñaba la miseria del conjunto. Atraía como una lámpara en la penumbra. Con ágiles brincos, los gatos invadieron la cómoda. Su furia se sumó a la alegría de sentirse libres y se pusieron a arañar el espejo. Entonces la gran imagen del muchacho desconocido que Serafín había encolado encima de la luna ­y que podía ser un afiche o la fotografía de un cuadro famoso, o de un muchacho cualquiera, bello, nunca se supo, porque los vecinos que entraron después en la sala sólo vieron unos arrancados papeles­ cedió a la ira de las garras, desgajada, lacerada, mutilada, descubriendo, bajo el simulacro de reflejo urdido por Serafín, chispas de cristal.

Luego los gatos volvieron al dormitorio, donde el hombre horrible, el deforme, el Narciso desesperado, conservaba la mano izquierda abierta como una flor sobre la solapa y empezaron a destrozarle la ropa.

FIN

lunes, 31 de enero de 2011

El lejano país de Rufino José Cuervo

Fernando Vallejo

El siguiente texto fue leído por su autor, en un entorno polémico y acompañado por numerosos perros callejeros, ante 600 personas en el auditorio del Gimnasio Moderno durante el F-10, el festival de El Malpensante.


Colombia es lo peor de la tierra y Antioquia lo peor de Colombia. En esos páramos de esas montañas feas y yermas por las que se ruedan las vacas, en esos huecos de tierra caliente donde zumban los zancudos, el alma se encajona asfixiándose en su propia mezquindad. El Magdalena, que pudiera ser la salida, es un río pantanoso, enfermo de fiebre amarilla y malaria. No hay salida ni arrimadero. Nadie sale, nadie entra y en el encierro a los empantanados se les ha ido avinagrando el alma. Se han vuelto envidiosos, ventajosos, malos. O mejor dicho peores pues malos siempre han sido, desde que los engendró España cruzándose con indias y negras. Cuando yo nací me los encontré bajándose las cabezas a machetazos. Luego se civilizaron y pasaron a matarse con metralleta. Lo malo es que no se acaban pues en tanto matan se reproducen, y con una furia creciente. Políticamente se dividen en conservadores y liberales; gramaticalmente en género masculino y género femenino: masculino es el que engendra, femenino es el que pare. Y en tanto se matan y engendran y paren se alimentan de vacas y cerdos que acuchillan y pollos que torturan en unos galpones infames donde los encierran desde que nacen hasta que se mueren sin ver la luz del sol. Dicen que los animales no tienen alma pero que ellos sí. Y sí: son Homos sapiens de alma sucia, puerca. A las vacas y a los cerdos que acuchillan y a los pollos que les tuercen el pescuezo se los comen para convertirlos en excremento que va a dar a las alcantarillas, que van a dar a las quebradas, que van a dar a los ríos, que van a a dar al mar. Al mar ambiguo, necio, estúpido, que mece olas diciendo: “Al carajo, al carajo, al carajo”. Y digo ambiguo pues han de saber que en español son cinco los géneros: masculino, femenino, neutro, común y ambiguo. Y don Rufino José Cuervo no me dejará mentir. El hombre es masculino, la mujer femenino, lo bello neutro, el mártir es común, y el mar o la mar es ambiguo. La Academia dice que puente también es ambiguo y que se puede decir “el puente” o “la puente”, pero yo digo que no: sólo “el puente”. Y según ella hay un sexto género, el epiceno, pero yo digo que no: sólo los cinco enumerados y basta. Regla para saber qué está bien: lo contrario de lo que diga la Academia. Dicen que se va a acabar la Academia Colombiana de la Lengua, que fundaron hace más de cien años Caro, Cuervo y otros desocupados. Que se acabe. Y que se va a acabar el Instituto Caro y Cuervo. Que se acabe. Y que se va a acabar la Orquesta Sinfónica de Colombia. Que se acabe. Y que van a acabar con las Farc. ¿Y quién va a acabar con las Farc? ¿Este hombrecito? Este culibajito no puede ni con su alma. Es más alto de estatura física que de la moral. Y de la intelectual ni se diga. Teológicamente hablando en cambio sí, es de primera. Dice que el Espíritu Santo lo salvó de las Farc. ¿Y quién es el Espíritu Santo? Uno que mandó el Hijo. ¿Y quién es el Hijo? Uno que mandó el Padre. ¿Y quién es el Padre? Dios. ¿Y quién es Dios? Pues el que hizo esto. ¡Ah viejo chambón! Ni un zapatero remendón ni un maestro chapucero habrían salido con peor adefesio. Si Dios existe, no pueden existir papa, ni sida, ni malaria, ni terremotos, ni maremotos, ni presidentes, ni congresistas, ni gobernadores, ni concejales, ni alcaldes. O sobra Él o sobran todas estas plagas.

Y a lo que vinimos, que nos deja el tren. En mayo de 1882 Ángel y Rufino José Cuervo, hermanos de padre y madre, salieron rumbo a Europa huyendo de esto, ¡y ojos que los volvieron a ver! Más fácil vuelve el perro donde lo caparon. Y se instalaron en París, que todavía no tenía Torre Eiffel. Ellos la vieron construir, hierrito por hierrito. Catorce años después de su llegada, en 1896, murió Ángel acabando de terminar un libro que llevaba por título Cómo se evapora un ejército. Si en vez de morirse entonces se hubiera muerto ahora, se me hace que lo que habría dejado Ángel Cuervo sería uno titulado Cómo se evapora un país. O mejor dicho, Cómo se evapora el sueño de un país, porque país, lo que se dice país, no es que lo fuera ese matadero donde nacieron los Cuervo. Eso no pasó de ser un sueño de los que lo fundaron tras de separarse de España para quitarles a los gachupines las tierras y los puestos. Dizque los patriotas. ¡Cuáles patriotas! Unos avorazados e interesados era lo que eran, como esa roña politiquera conservadora y liberal en que se dividieron. Y que se agarran en una guerra civil para arrebatarse los puestos que les acababan de quitar a los españoles. Y luego en otra y luego en otra y así se pasaron el siglo XIX, que acabaron con una larga que llamaron “de los Mil Días”, que fue con la que empezaron el siglo XX. La guerra a muerte con los españoles la llamaron de independencia, palabra equivocada pues de España nunca se independizaron: se separaron. España no es más que curas y tinterillos, papel sellado y un loco que se llama Don Quijote. Aprovechándose del desangramiento de la guerra de los Mil Días, Panamá a su vez se separó: siguiendo el camino de los Cuervo se fue al carajo. Mediando el nuevo siglo, el XX, en que yo nací, andaba en otra de esas guerras civiles que llamó “la Violencia”, con mayúscula. “Violencia” es como se debería llamar ese país de nombre equivocado, y sus habitantes “violentanos” y los académicos que lo estudian en las universidades norteamericanas “violentanólogos”. Dizque “colombianistas”... ¡Qué neologismo tan feo! ¿Qué diría don Rufino José Cuervo de esa horrenda palabra? ¡Qué bueno que te moriste, Rufino José! No habrías resistido el adefesio en que te convirtieron el idioma.

A los 23 años, y con su amigo Miguel Antonio Caro, de su edad, Rufino José escribió una gramática latina, verdaderamente portentosa. Y a los 28, ahora solo, el primer libro de dialectología de la lengua castellana, las Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano. Pues bien, todo lo que en ese libro censuró Cuervo hoy lo siguen usando los violentanos, como si su máximo gramático, filólogo y lingüista no hubiera existido. “Hubieron fiestas y muchos muertos a cuchillo y bala. Por eso es que me quiero ir de aquí, de este país méndigo”. ¡Si hubiera para dónde, paisano! El desastre de aquí se contagió hasta allá y los polos se están derritiendo. ¡Ay, si sólo fueran los violentanos! La semana pasada me regalaron un libro de fotos y textos que acaban de presentar en México: El país de las palabras: retratos y palabras de escritores de América Latina, 1980-2005. Toda una colección de luminarias escribiendo textos de una paginita sobre París al lado de sus retratos. Voy a comentar sólo las primeras frases de algunos de ellos: “No creo que sea tan sólo por el pan y por el agua que yo quiero a Francia” (Adolfo Bioy Casares). ¡Cómo así que “por el pan y por el agua que yo quiero”! Ése es un “que” galicado, le falta el “por lo”. Debe ser, don Adolfo, con perdón: “No creo que sea tan sólo por el pan y por el agua por lo que yo quiero a Francia”. ¡Cómo! ¿Nunca leyó usted, con todo lo que vivió, 85 años, a don Rufino José Cuervo? ¿No le alcanzó el tiempito?

Y oigan esta perla de entrada: “Pasaron ya quince años desde que dejé París” (Alfredo Bryce Echenique). ¡Cómo así, Alfredo, que dejé París! Debe ser: “dejé a París”. Con la preposición “a”, que no cuesta, y que se usa en español castizo con países y ciudades cuando son complemento directo. ¿Tampoco vos leíste a Cuervo, viviendo aquí al lado, en el Perú? ¡Claro, como te fuiste a París! Y oigan a Ricardo Piglia, otro que se fue a París: “La primera vez que vi París me pareció que ya la conocía” ¡Y dele con “ver París”! ¡Carajo! Es “ver a París”. Y oigan a Claribel Alegría, una escritora costarricense: “Conocí París antes de haberlo visitado”. Todas éstas son primeras frases, el aperitivo. Cómprense el libro para que disfruten del plato fuerte. Todos conocen a París pero no respetan su idioma. En cambio, la primera frase de Jonuel Brigue dice: “Para conocer a París yo cerraba los ojos”. Así debe ser. Éste sí es un señor. Te felicito, Jonuel, pseudónimo de José Manuel Briceño, venezolano. Vos sos de los míos, del país de Andrés Bello. ¡Viva Venezuela!

Y oigan cómo empieza Vargas Llosa: “Dudo que, antes o después, me haya exaltado tanto alguna noticia como aquélla”. ¡Cómo que “dudo que”. ¡Dudo de que! Le falta el “de”. Eso que cometiste tú, Vargas, es el “queísmo”, una falta tan fea como su contrario, el “dequeísmo”. Decir “que” cuando es “de que”, y decir “de que” cuando es “que” es como no tener madre o mentarle la madre a la abuela. Vos tan orgulloso y tan premiado. ¡Qué! ¿No te dieron clase de español en el Leoncio Prado?

Y oigan cómo empieza Mutis: “Entre las ceremonias con las que pago mi tributo a la nostalgia cada vez que llego a París”, etc. ¡Cómo que “con las que pago”! Ese “las” sobra. Debe ser: “Entre las ceremonias con que pago mi tributo”... ¿No te enseñaron aquí las monjas a respetar el idioma? Y oigan a Juan Gabriel Vásquez: “La mitología se ocupa de los cuentos que nos resultan increíbles; aquello en lo que un hombre cree no puede formar parte de su mitología”. ¡Cómo así que “aquello en lo que un hombre cree”! Sobra el “lo”. Ese “lo” tuyo es como el “las” de Mutis. Ponte las pilas, paisano. Debe ser: “aquello en que un hombre cree”, sin el “lo”. ¡Carajo, esta lengua se murió! Hispanica lingua: ite misa est. ¡Qué bueno, Rufino José, que también te moriste vos! Muy a tiempo. El capitán que se hunda con su barco.

“La mar” dicen en España, “el mar” decimos en América, y ese charco grande que nos separa de la madre patria no ha logrado sin embargo curarnos, después de doscientos años, de nuestros dos grandes males: curas y tinterillos, que son los que no nos dejan vivir. Tres veces cruzaron el mar o la mar los Cuervo: una de ida con vuelta, y otra de ida sin ella. En abril de 1878 se fueron a Europa a conocer, a comparar, y habiendo conocido y comparado volvieron un año después. ¿Por qué? ¿A qué? ¿Por nostalgia? ¿A quedarse? Permítanme que me ría. A liquidar la fábrica de cerveza y a salir huyendo. Antes de partir la segunda vez, ésta sí para siempre, sin vuelta, fueron a despedirse de los amigos y de las hermanas clarisas y a darles a estas zánganas su última y buena limosna. Monjas y curas son iguales: limosneros. Yo no sé por qué si cuentan con el apoyo del Padre Eterno tienen que andar extendiéndoles la mano a los fabricantes de cerveza. Que trabajen. Que laven, que barran, que planchen, que cosan pero eso sí, que no paran que gente aquí es lo que sobra. Ya se han ido tres millones, por lo bajito, y caritativos como los Cuervo mandan al año 4 mil millones de dólares para que el culibajito pueda pagar con ellos la diplomacia, que cobra en billete verde, y a la que van a dar los parientes y paniaguados de los que en la cueva de Ali Babá u “honorable Congreso” le aprobaron la reelección inmediata para que él pudiera seguir mangoneando y hablando, hablando, hablando, atropellando la verdad y el idioma como una cotorra mojada y mentirosa. Y alcahuetiando de paso a cuanto asesino y genocida se levanta en armas. ¡Ay Rufino José, si oyeras a este teólogo! ¡De lo que te escapaste! La magnitud del derrumbe de tu país se mide en lo que va del presidente Caro, tu compañero de academia y de gramática latina y que escribió más versos en latín que todos los poetas de Roma juntos, y este culibajito en reelección permanente. El sueño de Colombia en tanto se nos hizo polvo. De nada se está perdiendo Panamá. Que siga solo, viendo pasar barcos, de un mar al otro. ¿Y cómo dirían en España? ¿De una mar a la otra? ¡Ah españoles cerriles! Dizque poniéndonos visa. ¡Que nos paguen, si no quieren que entremos y nos les quedemos! ¿Cuántos dólares le estarán mandando de España los de la diáspora al culibajito para que pague a sus paniaguados de la diplomacia? Se los habré de sacar en cara la próxima vez que vuelva, dentro de 20 años, cuando me lo encontraré instalado, de reelección en reelección, en el solio de Bolívar, sentado en su non plus ultra. Y hablando, hablando, hablando. Que mate, que robe, que atraque pero por Dios, que no hable. Que se calle. Que aprenda de los gobernantes chinos. ¿Cuándo han oído ustedes hablar a Lin Piao?

No ha tenido España uno como Rufino José Cuervo. Ramón Menéndez Pidal podría ser el más cercano, pero este gallego de La Coruña (de donde partió la Armada Invencible hacia Inglaterra a perder su nombre) no fue sino un filólogo. Cuervo fue eso y mucho más: un loco y un santo. Su Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana es un delirio. ¡Cuál don Quijote! ¿Quijoticos a mí, que nací y me morí en Colombia? Cervantes lo que se inventó fue un aprendiz de loco. Colombia se inventó uno de verdad, Cuervo, el máximo, el filólogo sin par. Cuervo quiso apresar un idioma de mil años, de la A a la Z. Empresa tan imposible como la de quien quisiera meter en un balde al río Cauca. Al Cauca no lo agarra nadie, pasa y se va. Se va por el Magdalena rumbo al mar, como se fueron los Cuervo a conocer a Europa, y al año justo por ahí volvieron a liquidar su fábrica de cerveza y a arrendar sus casas con sus tiendas, que era como llamaban entonces los locales de la planta baja, y a despedirse de los amigos y las monjas y a empacar. ¡Qué problemita con los inquilinos de esas casas y esas tiendas para que pagaran! Como hoy. Mejor no tener nada que financiarles vivienda y entable gratis a los zánganos. Que los mantenga el gobierno. O mi Dios. Pobres ricos padeciendo la plaga de los pobres. Los pobres son una carga para los países y la gente honrada. Comen mucho y hacen poco, destruyen las universidades y por donde pasan arrasan y si uno les da chance, lo roban. Eso de “dar chance” o papaya no lo habría entendido Cuervo. Perdón, don Rufino José. Los idiomas cambian, se empeoran. En el siglo XIX el castellano se estaba afrancesando; hoy es un adefesio anglizado. La lucha del presidente Marroquín, de la Academia Colombiana de la Lengua, y la de sus compañeros Caro y Cuervo contra los ques y los gerundios galicados fue en vano. Por estar concentrado Marroquín en esta guerra y no desviarse en dos frentes dejó perder a Panamá. ¡Qué importa! ¡Que se queden los panameños con su zancudero! Tierra malsana aquí es lo que sobra. Lo que importa es el espíritu, el idioma.

Ángel fue el de la idea de la fábrica de cerveza. ¿Un cervecero en tierra de oficinistas, tinterillos, abogados, notarios, sacristanes, curas, políticos, rábulas, leguleyos? Ajá. Aprendió a hacer cerveza en los libros, y probando, experimentando, lo consiguió. En vez de poner a trabajar para él a los pobres, que son unos malagradecidos, puso a trabajar a los microorganismos, a las levaduras, que son nobles. Nada de darle trabajo a la chusma paridora. Que los explote la madre que los parió. ¡Y qué cerveza la de los Cuervo! Hagan de cuenta una Heineken, de no creer. Como los versos en latín de Caro, que sonaban a Horacio, a Ovidio, a Virgilio, a Catulo.

Era todo un camino el que habían abierto los Cuervo: el del trabajo honrado. Ángel fabricaba la cerveza; Rufino José cobraba y llevaba la contabilidad. No bien empezaron a vender y les montaron competencia. Lo de siempre en este país ladrón donde todo se lo roban: un cable de teléfono, un inodoro, una casa, un verso, una quimera... Sólo que con los Cuervo no pudieron. Raza indolente e inconstante nunca logró competir con ellos. No le atinaban a la fórmula. Querían fabricar cerveza y les salía chicha. Chicha para que se embrutecieran más. Ángel se dedicaba a la fábrica, Rufino José a cobrar, a luchar por que les pagaran los taberneros. La fábrica la montaron en su casa, una casa que hoy sigue ahí, donde estaba, con sus balcones y sus patios y sus techos con sus tejas bajo la lluvia con sus goteras en el barrio de La Candelaria, donde en las noches, como en la ranchera de José Alfredo, la vida no vale nada. Que eso era antes, que ya cambió, que aquí ya hay muy buenos alcaldes. ¿Antes? ¿Cambió? ¿Buenos alcaldes? A otro perro con ese hueso. Nada en esencia cambia, la mesa es mesa y la piedra es piedra por obstinación ontológica. Para que el país de los violentanos cambiara se tendrían que acabar los violentanos. Y eso, mi querido amigo, está en chino. Empezaron el siglo XX con dos millones y lo acabaron con cuarenta y cinco. El plan hoy es alcanzar y duplicar lo más rapidito posible a China.

Se fueron pues los Cuervo en barco de rueda por el Magdalena rumbo a la Costa Atlántica, y luego en paquebote a Europa a conocer y por allá se pasaron un año. ¡Dónde no estuvieron! ¡Qué no vieron! Fueron a Francia, a España, a Italia, a Suiza, a Alemania, a Escandinavia, a Rusia. Ángel nos lo dejó contado todo en detalle en un libro, Viaje a Europa, título obvio pero incompleto pues también fueron a Tierra Santa y a los reinos del sultán, donde los musulmanes le rezan a Alá cinco veces al día y tienen hasta 25 mujeres. Lo que en cambio sí no nos contó Ángel fue el segundo viaje, que es el que a mí me importa: el que para él duró 14 años y para su hermano 29 y que para los dos terminó en la muerte, en París. Murieron ambos sin volver. ¿Extrañando a Colombia? Es lo que quisiera saber. ¿Pero cómo? ¿Cómo si lo que nos dejó Rufino José, quitando su diccionario empezado, fueron centenares de cartas de una correspondencia con lingüistas, hispanistas y filólogos de toda Europa? Con Pott, Schuchardt, Volmöller, Blumentritt, Tannenberg, Morel Fatio, Foulché Delbosc, Dozy, los más grandes de su tiempo. De esas cartas cuando mucho logramos saber que al llegar los Cuervo de Colombia vivieron en la rue Meisonier, que en 1891 se mudaron a la rue Bastiat, de la que en 1897, y tras la muerte de Ángel, Rufino José se mudó a la rue Largillière, de la que se mudó en 1903 a la rue de Siam, de la que se mudó en 1911 a la morada del Altísimo. ¿Quiénes lo acompañaban en el momento de la muerte? Su ama de llaves, tal vez. Y tal vez Juan Evangelista Manrique, el médico, quien había viajado de Bogotá a Europa con los Cuervo en mayo de 1882, tantísimos años atrás, casi treinta. Ese médico, en algún regreso a Colombia, fue el que le dibujó a Silva en el pecho el sitio del corazón, donde nuestro más grande poeta se pegó el tiro. Ángel Cuervo murió el 24 de abril de 1896, y un mes exacto después, el 24 de mayo, se mató Silva. Al día siguiente del suicidio de Silva, Rafael Pombo, acucioso, les daba la noticia a los Cuervo así: “Bogotá, mayo 25, 1896. Angel y Rufino J. Cuervos, París. Dos plieguitos y medio. Suicidio ayer ó antenoche de José Asunción Silva, según unos por el juego de $4,000 de viáticos de Cónsul para Guatemala; por atavismo en parte, mucho por lectura de novelistas, poetas y filósofos de moda. Tenía á mano ‘El Triunfo de la muerte’ por D’Annunzio y otros malos libros. Ignominioso, dejando solas una madre y una linda hermana, Julia”. Y pasa a hablarles de otra cosa el chismoso. ¡Si el acto más noble de un hombre es matarse! En fin, no sabía Pombo que su carta a “los Cuervos” como les decía, en plural, sólo le llegaría a uno de ellos, a Rufino José, en singular. La noticia de la muerte de Ángel venía en camino, subiendo a la altiplanicie de Bogotá en mula y estaba a punto de llegar, en tanto otra mula, de bajada, llevaba la noticia del suicidio de Silva a París. Y la noticia de la muerte de Rufino José, ¿quién la dio? ¡Juan Evangelista Manrique! Pero ya no por carta pues el progreso había echado a andar y a hacer milagros: por telegrama: “París, 17 de julio de 1911. Presidente-Bogotá. Patria duelo. Murió Cuervo. Manrique”. Cuando leí ese telegrama se me salieron las lágrimas. Yo siempre quise a ese señor. El presidente ya no era Caro, que había muerto tres años atrás. Era Carlos E. Restrepo, mi paisano, de Antioquia la Grande. ¿Y en qué pensó Cuervo en el momento en que murió? Sabrá Dios, que es novelista omnisciente de tercera persona y sabe lo que piensan sus personajes. Yo no. Por no dejar, digo que estaba pensando en Colombia, ¿pues en qué más? Oudin, el gramático, murió tratando de resolver un problemita menor de su pequeña ciencia: “Je m’en vais o je m’en va, pour le bien ou pour le mal”, dijo y se murió. En cambio yo creo que a Cuervo, a esas alturas del partido, a un siglo de que naciera la lingüística, no le importaba mucho la gramática. Ya desde hacía tiempo había aprendido que de nada sirve censurar. Lo que yo digo. ¿Conocí París? Conózcalo, si se le antoja, ahí se lo dejo enterito para usted, con “a” o sin ella, disfrútelo. El idioma está tan indefenso como los animales. Todos los atropellan con impunidad. Y esas dos causas perdidas son las que he tomado como mías, por el gusto de perder. El éxito es para los granujas. Y si no, pásenles revista a los presidentuchos actuales de América a ver si encuentran entre ellos a un señor. Uno solo. Más fácil encontraba Abraham un heterosexual en Sodoma. Gentucita bellaca y ladrona, limosneros de votos mientras suben, masturbadores del pueblo vil; y luego, no bien se encaraman al podio, a hablar, a mentir, a atropellar la verdad y el idioma. Se apoderan del micrófono y no lo sueltan. Unos por cuatro años, otros por seis, otros por ocho pues ya montados ahí se reeligen y se instalan en reelección permanente. Montan su negocito y no los saca d’ái ni misiá hijueputa como dicen en Antioquia.

Pero antes de que se me olvide, otra cosa curiosa: el 26 de diciembre de 1886, año de la constitución que nos rigió por un siglo, el vapor francés La France, que traía a Colombia ejemplares del tomo primero del Diccionario de construcción y régimen de Cuervo, se incendió en Martinica. Ahí se le quemaron a Cuervo dos letras: la A y la B. Cómo se puede incendiar un barco con tanta agua en torno no lo sé. En el desierto, pase, ¡pero en la mar, el mar océano! Tal vez porque en el desierto no circulan los barcos: sólo camellos, con musulmanes encima. Casi diez años después del hundimiento de La France, Silva habría de naufragar en otro vapor francés, L’Amérique. Moraleja: no viajen, paisanos, en barco francés que se hunden. Y por si les sirve el consejo, las azafatas de Air France son unas malcogidas, como dicen en México: de ahí su malgenio impertinente y grosero. No hay que olvidar que la mujer es un ser eminentemente sexual.

Cuervo tuvo pues trato con los más grandes. Con Pott se hablaba de tú a tú, en latín. El latín, claro, no tiene “usted”, pero no importa, tan grande era el uno como el otro. Oigan cómo empieza esta carta de Pott a Cuervo, de junio de 1876: “Quod tu, Vir illustris, non minore cum copia doctrinae quam ingenii acumine compositum nuper abs te opus de patrio tuo sermone Hispano-bogotano voluisti mihi muneris loco tradi: id paucis abhinc diebus per amicum tuum Ezquielem Uricoechea in manus meas pervenisse scito; atque nihil jam antiquius habeo, quam ut tibi pro tanta benevolentia immerita gratias agam quam maximas”. Así empieza. ¿Sí entendieron? Ese Ezquiel Uricoechea que menciona Pott es el amigo común a través del cual se conocen por carta. Alguien ha propuesto que el Instituto Caro y Cuervo se llame Instituto Caro, Cuervo y Uricoechea. ¡Cuál Caro y Cuervo, si eso ya se acabó! A un país asnal lo que hay que enseñarle es el rebuzno. ¡Que rebuzne el Primer Mandatario y que le haga eco el último ciudadano de Colombia para que no se nos vaya a perder la tonada! ¡Dizque la Atenas sudamericana! ¡Ah Miguel Cané pendejo!

Como no sea de enredos de filólogos y gramáticos, poco más sabremos de la vida de los Cuervo fuera de Colombia por ese carterío inmenso que editó el Instituto Caro y Cuervo en el curso de 27 años: que Ángel, por ejemplo, iba casi todas las noches al teatro, y que Rufino José se la pasaba en la Biblioteca Nacional consultando ediciones viejas para su diccionario: iba a sacar de unos libros para meter en otro que se iba abultando, abultando, abultando y del que publicó dos tomos y que se le quedó inconcluso, habiendo dado cuenta sólo de la A y la B, la C y la D. El resto de las letras se le quedaron en el tintero. ¡Y hoy, sin encontrar quién me responda, me pregunto tantas cosas! ¿Por qué dejó Cuervo empezado el diccionario si ya tenía todas las fichas para todas las letras? Nadie lee un libro buscado citas sólo para la A sino para las 28 letras del castellano, sin contar la doble u o doble ve o como quieran llamar a esa intrusa. ¿E iría a figurar esta arrimada en el Diccionario de construcción y régimen de Cuervo? ¿Para poner qué? ¿Wenceslao? Wenceslao no tiene régimen. No rige nada. “Ver”, por ejemplo, sí. Y así tenemos que el verbo “ver” rige la preposición “a” cuando tiene un complemento directo de persona, de país o de ciudad. Así como usted no dice: “Vi Wenceslao” sino “Vi a Wenceslao”, asimismo no debe decir “Vi París” sino “Vi a París”. ¡Carajo! ¿Dónde estás, Rufino José Cuervo? ¿En el cielo? Mira en lo que nos han convertido el idioma, en una porqueriza. ¡Qué bueno que te moriste! En 1911. Muy a tiempo. Si yo hubiera nacido un poco antes, me habría muerto un poco después. ¡Pero ay, nací en pleno triunfo de la medicina, cuando los viejitos siguen viviendo muertos! Y aquí me tienen viendo pasar carros y carros y carros, como las vacas a la orilla de la carretera en un potrero. Y gente.

Gente y más gente y más gente

pasa delante de mí,

¡qué tan triste es ver así

a humanidad en torrente!

A que no saben de quién son estos versos ripiosos. De Pombo el ignominioso.

Quiera Dios que Cuervo haya recordado a Colombia en el momento de irse, porque lo importante no es lo que uno haya vivido: lo importante es la imagen del momento final, que es la que se lleva consigo a la eternidad el muertico para que allí, instalado en la mullida nada, con toda calma la pueda ir rumiando. ¡Ay de los que mueren dormidos en el momento en que no se sueña porque se irán a la nada con nada! ¿Con nada? ¿O sin nada? ¿Cómo lo diría usted, don Rufino José?

¡Cuánto quisiera saber de él, qué le pasó en París en esos 29 interminables años! Escribió cartas y más cartas y más cartas. Dicen que empezaba el día yendo a misa de 5. ¡Y quién lo vio! ¡Que me lo juren! A lo mejor era ateo. También dicen que fue profesor de sánscrito en la Sorbona, cosa que no es cierta. ¡Qué ganas de inventar las de este pueblo! Un día de éstos me meto en archivos cinco años, diez, quince, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta, a buscar a ver qué encuentro. ¿Qué idiomas sabría Cuervo? ¿Latín? Claro. ¿Griego? Por supuesto. ¿Sánscrito? Yo digo que sí. ¿Hebreo? Quizás, tal vez, acaso, a lo mejor, de pronto. ¿Árabe? También. Lo sabía su amigo Ezequiel Uricoechea que le había enseñado alemán en Bogotá y que escribió en Bélgica una gramática del árabe y se la mandó a Cuervo a París, eso sí ya está establecido. Y también que esa gramática árabe no era del todo suya sino de un alemán que él tradujo al francés anotándola, como ya antes había publicado una gramática chibcha que era de un cura de la Colonia y que él prologó y adaptó. Los que sí sabía muy bien Ezequiel eran el francés, el inglés y el alemán. Fue profesor de árabe en Bruselas, y murió en Beirut al llegar, en llegandito, como diría un indito. En Beirut se pensaba entregar en cuerpo y alma al árabe. No lo quiso Alá, que es lo contrario de ojalá, que quiere decir, “quiera Alá”. Esta interjección la debería usar Benedicto XVI de rodillas con el trasero al aire y mirando a La Meca a ver si se le calman los musulmanes. ¡Qué alborotadita la que le dio al avispero! Y dejen ésa. ¡La que yo le pienso dar! Así que ya saben: cuando digan “ojalá” los puede quemar la Inquisición por herejes. Por lo menos no atropellen el idioma diciendo: “Ojalá y venga” u “ojalá venga”. No, eso está mal. Debe ser: “Ojalá que venga”, según enseñó Cuervo. ¡Claro! Como quien dice: “Quiera Alá que venga”. ¡Ay, si hoy viviera Cuervo y oyera en lo que convirtieron esto! ¡Wow! “Wow” es la interjección de asombro que hoy está de moda. La tomaron del inglés. Suena como un perro ladrando. Hasta las interjecciones están anglizadas. Nos putiaron el idioma.

Lo peor de la tierra es Colombia y lo peor de Colombia es Antioquia. ¿Y lo peor de Antioquia qué? ¿Pablo Escobar? ¡Qué Pablo Escobar! Uribe. Pablo Escobar era un hampón de la calle y murió en su ley. Uribe es un hampón de la política y vive protegido en el Palacio de Nariño. Este hombrecito artero llegó al poder engañando, prometiéndole mano firme a un pobre país que se hundía en el más absoluto estado de indefensión, a merced de sus criminales. Ya saben lo que fue la mano firme: la mano tendida a los secuestradores, asesinos y genocidas paramilitares, la mano traidora que les ha estado extendiendo el remilgado a los de las Farc. Don bellaco es un hombre generoso, tiene el corazón muy grande. Colombianos: roben, atraquen, secuestren, maten que aquí tenemos de primer mandatario a nuestro primer alcahueta. No teman ningún castigo que se quedarán impunes, esto es el reino de la impunidad. ¡Y yo que creía que lo más vil que había producido Colombia eran César Gaviria y Andrés Pastrana! ¡Pendejo! Este país se supera.

Desde aquí me sumo a la opinión nacional contra Antioquia. Yo no soy de ahí. Nací en el páramo de Pisba, entre frailejones. ¿Que se quieren independizar esos comemierdas? ¡Déjenlos! Que se independicen a ver cómo le va a ese otro Panamacito. Que muy industriosos ellos, que muy verracos. En 350 años que tiene su ciudad y a 550 de la invención de la imprenta no han podido imprimir ni un solo libro decente. Están a años luz de Gutenberg. Tal vez en el 3000 lo logren. En el 3000, cuando sean ocho mil trescientos cuarenta y cuatro millones de trillones de septillones de antioqueños verracos. Y todos comiendo aire y expulsando viento.

Una vez, que yo sepa, Cuervo pronunció el nombre de Antioquia. Y Silva igual, una sola. ¿Habrán pronunciado también la palabra de luz “Medellín”, el espejismo tramposo? Medellín viene de un chiquero de Extremadura, patria chica de Hernán Cortés, el genocida. Pero dejemos esto que voy a sacar cuentas. Silva conoció a los Cuervo de niño, en Bogotá. Cuando se los volvió a encontrar en París tenía 19 años, Ángel 44 y Rufino José 38. Jovencísimos todos. Marroquín tenía 73 cuando, aprovechándose de su juventud, le dio el golpe de Estado a Sanclemente, un viejito de 86. Murió Sanclemente en Villeta, en tierra templada, dos años después, despojado del bien supremo de los colombianos, la presidencia. Marroquín, amigo de los Cuervo y fundador con Rufino José de la Academia Colombia de la Lengua, fue también gramático, pero su obra cumbre son unos versos, “La perrilla”, que empieza:

Es flaca sobremanera

toda humana prevención

pues en más de una ocasión

sale lo que no se espera.

¡Y claro! Por andar en gramatiquerías y versificaciones este golpista abusivo, abusador de viejitos, dejó perder a Panamá. ¿Dejó perder a Panamá? ¿O dejó perder Panamá? A ver. ¿Cómo se dice? Y otra pregunta: ¿En qué pueden competir los antioqueños con Poe, con De Quincey, con Baudelaire, con Verlaine: en los versos o en la prosa? ¡En la droga! Cuando yo me muera (si es que estoy vivo) ¿quién le dará la noticia de mi muerte a quién? ¿Qué Pombo dirá de mi vida ignominiosa?

¿Cómo pudo vivir Rufino José sin su hermano Ángel 15 años? Quince años solo. ¿Y por qué dejó el Diccionario de construcción y régimen empezado, en el volumen 2 y en la letra E, si ya tenía el fichero para la totalidad de las letras y el dinero para imprimir la obra completa? ¿Por qué no siguió? ¿Porque se desilusionó de su obra? ¿Porque vio lo inútil que era? Inútil es todo, don Rufino José, la vida misma, que uno llena con otras inutilidades. La máxima locura que ha producido la raza hispánica, por sobre la de Don Quijote, es la tuya, tu diccionario, delirante, desmesurado, hermoso con la hermosura que tienen las grandes obras sin sentido ni razón. Pretendiste apresar en siete tomos todo el caudal de tu idioma. Imposible. El idioma es como un río que no agarra nadie. El río fluye y se va. El idioma es fugaz, deleznable, cambiante, pasajero, traicionero. Como Antioquia.

Sólo el papa y yo tenemos la postestad de canonizar porque desde el Primer Concilio Vaticano sólo él y yo somos infalibles. Wojtyla canonizó a mil quinientos, ya se gastó su cuota. Ahora me toca a mí. El año pasado canonicé a Cervantes en Berlín. Pues esta noche, aquí, en este liceo insigne y en uso de mis facultades plenas y de los privilegios que me confirió el Concilio canonizo a Cuervo, el más noble y el más bueno de los colombianos. A Rufino José Cuervo, que no odió, que no conoció el rencor ni la envidia, que no ocupó puestos públicos ni tuvo hijos, que amó como un iluso a este idioma y a esta patria lejana. San Rufino José Cuervo Urisarri que desde el cielo nos estás viendo, ¡apiádate de mí!

viernes, 28 de enero de 2011

A las Madrecitas de Colombia

Por: FERNANDO VALLEJO

Entre hombres, mujeres y del tercer sexo, mi mamá tuvo 25 hijos. Hijos y más hijos y más hijos que ella fabricaba en su interior y que después expulsaba por la vagina con la placidez de quien desgrana avemarías de un rosario. Era una máquina vesánica de parir. Por eso hoy somos en Colombia 44 millones. Si yo hubiera seguido su ejemplo y el de mi papá, con los hijos de los hijos de mis hijos, hoy seríamos cien millones y ya habríamos acabado con las últimas tortugas, con las últimas nutrias, con los últimos micos, con los últimos caimanes, y estaríamos en pleno desastre ecológico, que sumado al moral que siempre nos ha caracterizado nos habría hecho del país un infierno. Bueno, otro infierno quiero decir, pues en el infierno estamos. Uno más calientico. Para acomodar cien millones de colombianos se necesitan cuando menos cien millones de kilómetros cuadrados y solo tenemos un millón. Varios suizos pueden convivir en una misma cuadra y miles de abejas en una simple colmena; pero los colombianos no, necesitan más espacio: de a kilómetro cuadrado por habitante. Entre colombiano y colombiano hay que dejar por lo bajito un kilómetro de separación o se matan. Son como las ratas de laboratorio que si se hacinan, primero copulan, después paren y finalmente se despedazan a dentelladas. Como yo también soy colombiano entiendo muy bien esto. Yo necesito campo, campo, campo. Respirar.

Cuando este que habla nació, Medellín tenía 180 mil habitantes. ¿Hoy cuántos? ¿Dos millones? ¿Tres millones? Decida usted, pero por ahí va la cosa. Tres millones de medellinenses embotellados desde que el mariquita manzanillo de Gaviria abrió las importaciones de carros sin haber construido una sola calle y nos embotelló el porvenir. Y en Medellín hoy no solo están congestionadas las calles, las carreteras, los hospitales: está congestionada la mismísima morgue, donde ya no caben los cadáveres. Treinta mesas apenas para un sangriento fin de semana en Medellín en su única morgue no alcanzan y hay que apiñar los cadáveres como bultos de papas. ¿Pero sangriento fin de semana en Medellín no es pleonasmo? Ya ni sé, con el deterioro ambiental y moral se nos deterioró hasta la gramática. ¡Dizque Bogotá la Atenas sudamericana! ¡Dizque éste un país cuidadoso del idioma! ¡Dizque el país de Caro y Cuervo! ¡Ja, ja! Permítanme que me ría.
Y como no caben los cadáveres en la sala de autopsias de la inefable morgue, entonces los cuelgan de ganchos como reses en un cuarto frigorífico. Todos hombres. Y en pelota. Muy excitante la situación. Yo en tratándose de cadáveres nunca he tenido nada en contra. Lo que me saca de quicio es la paridera. Vivo que desocupa, ¡qué bueno! Uno menos pa comer, uno menos pa excretar, más puro el cielo, menos congestionamiento en las calles y mejoría en el aire que respira cada ciudadano irrepetible e irremplazable, y lo digo pues si bien hoy en el mundo somos 6.400 millones, no hay dos individuos iguales. Iguales sí para comer, fornicar y excretar, mas no para pensar. Y lo que cuenta es el pensamiento, ¿o no? Bueno, digo yo.
Pero volvamos a mi mamá y a sus 25 vástagos. ¿Qué comían, con qué los alimentaban? Carnívoros como nacimos, y de religión cristiana, comíamos salchichas: salchichas de cerdo o salchichas de res que la abeja reina compraba por cargas en La Llanera, una fábrica de embutidos de unos lituanos, de esos que acogieron los salesianos y que venían huyendo, católicos como eran (vale decir como nosotros), de la Lituania comunista de Stalin. De esos lituanos proviene el simio Mockus, el bobo que se hace el loco, hombre de culo de mandril que toda Colombia conoce pero de buen corazón, pues durante una de sus alcaldías bogotanas, en Engativá, por mano de su secretaria de Salud, Beatriz Londoño (doña concha puta de su puta madre, mamona empecinada de la teta pública de la que sigue agarrada), mató a 400 perros. Un estaliniano de pura cepa, un hombre malo, malo de verdad, habría matado mil.
¿Pero por qué les estoy hablando de perros y de compasión y misericordia por unos simples animales a ustedes que en su conjunto nacieron y se educaron como cristianos y hoy no pasan de ser unos degradados morales? Dejemos esto de los animales, no prediquemos en el desierto y volvamos a nuestro tema, la paridera, o dicho en palabras corteses, "el problema de la expansión demográfica": la hoguera que aviva el Papa. O sea éste, Wojtyla, que se niega a morir. Y yo digo: si quiere que haya más niños, que desocupe él porque ya no hay espacio para tanto viejo. Que tome pendiente abajo por el camino en bajada que en buena hora tomó la madre Teresa. ¡Tan buena ella! ¡Tan su compinche! ¡Tan promotora del boom natal! Wojtyla, no te resistas que ya vas para el pudridero. Tus días están contados. Te va a enterrar Castro.
¡Ah, mi Medellín de cuando yo nací, tan solito, tan aireado! Sin tanta fábrica ni tanto carro ni tanta rabia. Rabia sí, pero poquita: se mataban dos o tres y pare de contar. Salíamos en un Forcito modelo 46 que lo más que daba eran 20 kilómetros por hora. ¿Pero para qué más, si no había prisa de llegar? ¿Llegar a qué? ¿Al último tope de la carrera, que es la muerte? Mejor sigamos despacito. Curva aquí, curva allá, por una carreterita solitaria. Y a la vera del camino pastando las vacas, y buscándose su sustento diario las gallinas. Hoy los pollos se crían en galpones, encerrados en minúsculas jaulas, sin ver la luz del sol: ahí pasan sus miserables existencias para que nos los comamos los cristianos con la bendición del Señor. Madrecitas de Colombia: ¿no les despiertan compasión estos pobres animalitos? A mí se me hace que no porque ustedes no pasan de ser unas lujuriosas sexuales, unas paridoras empecinadas. Bueno, pero puntualicemos lo anterior. La lujuria está bien: el sexo es bueno, despeja la cabeza y alegra el corazón. Con lo que sea: con hombre o mujer, perro o quimera. Pero eso sí, siempre y cuando no esté destinado a la reproducción, en cuyo caso ya sí es pecado. Reproducirse es un crimen, en mi opinión, el crimen máximo. Pero no les pido que la compartan, madrecitas de Colombia, porque eso sería pedirle peras al olmo, exigirle al enano cojo que trepe por la pendiente empinada. Y a ustedes, con la altura moral que han alcanzado pastoreadas por la Iglesia y los políticos, educadas como fueron en la religión de los salesianos, les queda la subida muy fundillona, el fin está muy alto. Ustedes son unas minusválidas morales.
Entonces, hablando en plata blanca, ¿a qué voy? Voy a que el cura Uribe es un tartufo que invoca el nombre de Dios en público y se refocila con viejas tetonas en privado y ustedes no tienen por qué seguir pariendo. Porque no hay espacio, porque ya no hay agua, porque no hay qué comer. Porque los ríos los volvimos alcantarillas y el mar un resumidero de cloacas. Por eso. Porque ya acabamos con el águila real, con el cóndor de los Andes y con el nido de la perra. Porque somos un país de cagamierdas vándalos.
-¿Y cómo vamos a tener sexo sin parir, padre Vallejo? Aconséjenos usted.
-Muy fácil: con la píldora RU 486 francesa.
-¿Y dónde se consigue esa pildorita, en qué farmacia?
-Pues en las de Francia, señora, allá. ¿No le acabo de decir que la píldora es francesa?
-Ah, padrecito, usté sí es como mamagallista. ¿Y con qué viajo hasta Francia, si no tengo ni pa la lechita de los niños?
-Muy fácil, señora, va a ver. Lea lo que sigue abajo.
Cuando el zigoto u óvulo fecundado por el espermatozoide empieza a formar la mórula, que a simple vista ni se ve pues no llega ni al tamaño de la punta de un alfiler, el flujo menstrual de la mujer se interrumpe y he ahí el momento de parar la cadena de la infamia y la fuente de todo el dolor del mundo. Usted va a la farmacia, señora, y pide así:
-Buenos días, señor boticario. Me da por favorcito una cajita de CYTOTEC de 200 microgramos.
El CYTOTEC es un remedio para la gastritis, pero entre sus efectos secundarios está el producirles a las mujeres embarazadas el aborto en las primeras semanas de gestación. O mejor dicho, el 'miniaborto', porque 'aborto' no es, no llega a tanto. ¿O me van a decir que expulsar un gusanito o una tenia es un aborto? Si a eso vamos, entonces en cada eyaculación el hombre aborta 800 millones de seres humanos, pues esos son los renacuajitos que se van en ese líquido pegajoso y blanco cada vez que explota el volcán: un hombrecito, dos hombrecitos, tres hombrecitos... Y que no me venga este Papa a discutir porque lo desafío a un duelo por televisión: yo solo contra él, y él con todos los teólogos de la Universidad Pontificia Javeriana. ¡Para todos tengo, montoneros!
Se toma pues usted, señora, dos pastillas de CYTOTEC con agua, se inserta otras dos en la vagina y listo, santo remedio, ya no va a parir la marrana. No le nacerá a Colombia otro Tirofijo, otro Pablo Escobar, otro Gaviria, otro Samper, otro Pastrana, otro mono Jojoy, otro Raúl Reyes, otro Mancuso, otro Uribe, otro Romaña...
-¿Y el padre García Herreros qué?
-¡Al diablo con los curas limosneros! Piden para dar, pero jamás dan de su bolsillo. ¡Así qué gracia! ¡Gracia la de ese escritor colombiano loco que dio en Venezuela un premio de cien mil dólares para los perros callejeros de Caracas! Cien mil dólares que eran suyos, ganados sudando tinta, y que bien pudo haberse gastado en complacencias personales cual delicatessen, putas o mancebitos en flor.
Y una última recomendación, señora: si la primera dosis de dos pastillitas falla y no le produce esa pequeña hemorragia vaginal por la que se irá el demonio, repita la dosis dos días después.
Madrecitas de Colombia, por favor, ya no lo sean que somos muchos y no cabemos y el mundo se va a desfondar. Pichen pero no paran, que desde aquí les mando mi bendición.
 
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