martes, 16 de agosto de 2011

Dialéctica de la inspiración

"El refugio de los mitos es, para quién está escapando de un fuerte dolor, una creación con sentido"

Jamás he visto un volcán en mi vida aparte de mis pasiones, no he tenido fortuna de apreciar la furia de su espectáculo geológico. Solo tengo imágenes de su mito equiparables simbólicamente a la deuda que tenemos con el saber del natalicio.

Nacer y morir son monumentales explosiones, por escapar con astucia del terreno de la memoria, van más allá del espacio del sufrimiento.

Quiero traer uno de los titanes más apoteósicos del mundo de los vivos, su nombre es Eros.

Eros, fulgurante paseante, invasor despiadado, rotundo alfa y omega, habita cavernas recónditas, albergándose en los corazones, caminando invisible por las sendas del dolor. Su apremiante figura atrae chispas de calor, brasas salvajes equiparables al tránsito del sol por la aurora terrestre. Su forma paradójica se mimetiza espléndida en la ceguera de quien lo padece. Eros, por su mismo brillo, deja sin visión a quién desee arrodillarse a su conocimiento.

Eros tiene un amante: Tánatos. Sombra noctívaga, acobija dardos de cianuro. De ensiforme contextura, atraviesa la urdimbre tejida por la creativa fuerza de Eros. Plañida en los funerales, duelos y asesinatos, con un estruendoso silencio que abarca la incomprensión de todo lo inexplicable.

Si Eros es música Tánatos es silencio, y todas las estirpes que se conjugan en la ambigüedad de su dialéctica son las hijas del desamor.

Entre los dos incesantes amantes, un riego de placer perdura, una brumosa radiación de círculos concéntricos de imposible cálculo. La vaguedad del entendimiento, por su limitado lenguaje, resulta absurdo e inefable para extender seguridad en el conocimiento de estos dos seres de explosión.

Aunque el natalicio sea por congruencia progenitor de la muerte, es inevitable el hecho de que por una figura amoral de sensaciones, estas dos existencias resulten por un modo u otro siguiendo la forma fiel de Eros y Tánatos: resultan incestuosos.

El nacimiento se enamora de la muerte, siendo la vida el terreno de la contradicción amarga de estas dos polaridades. En el encuentro, un herido grave tiene que reclamar honor, porque sin su existencia, ningún paliativo conocido podría darle la esperanza de una ley que lo perdone. Sin embargo, perdón para quien es desamado no se inventó el Caos; por tanto, en un encanto repulsivo sobre quien recae la herida del amor entre parto y el velorio, es el hombre, esa especie débil y finita que necesita una fuente de causas para sus desdichas.

Si bien, para quien no entiende Eros es nacimiento y Tánatos es Muerte, por otra parte el diluvio dejó humanos, y en ese estallido universal de injusticia, dimitió para estos últimos un regalo que contiene dos virtudes irreconciliables: lo bueno y lo malo. Este regalo se llama corazón.

La sangre, tibia sustancia fértil y fecunda, se roza con las brasas del corazón; y Caos, que no dejó cabos sin atar, procuró que los humanos experimentaran la desgracia, para que con el peso de la humillación pudiesen levantar poderosas rocas.

Así pues, concluye la historia de aquél humano que de tanto amor logró levantar un planeta, dicho astro, con terrible espanto, se llamó literatura, y todo aquél que convive con las letras de este pobre malaventurado, encontrará el nacimiento de las artes, en la fecunda y desdichada historia del encuentro fatal entre Eros y Tánatos.

Santiago.

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