lunes, 31 de enero de 2011

El lejano país de Rufino José Cuervo

Fernando Vallejo

El siguiente texto fue leído por su autor, en un entorno polémico y acompañado por numerosos perros callejeros, ante 600 personas en el auditorio del Gimnasio Moderno durante el F-10, el festival de El Malpensante.


Colombia es lo peor de la tierra y Antioquia lo peor de Colombia. En esos páramos de esas montañas feas y yermas por las que se ruedan las vacas, en esos huecos de tierra caliente donde zumban los zancudos, el alma se encajona asfixiándose en su propia mezquindad. El Magdalena, que pudiera ser la salida, es un río pantanoso, enfermo de fiebre amarilla y malaria. No hay salida ni arrimadero. Nadie sale, nadie entra y en el encierro a los empantanados se les ha ido avinagrando el alma. Se han vuelto envidiosos, ventajosos, malos. O mejor dicho peores pues malos siempre han sido, desde que los engendró España cruzándose con indias y negras. Cuando yo nací me los encontré bajándose las cabezas a machetazos. Luego se civilizaron y pasaron a matarse con metralleta. Lo malo es que no se acaban pues en tanto matan se reproducen, y con una furia creciente. Políticamente se dividen en conservadores y liberales; gramaticalmente en género masculino y género femenino: masculino es el que engendra, femenino es el que pare. Y en tanto se matan y engendran y paren se alimentan de vacas y cerdos que acuchillan y pollos que torturan en unos galpones infames donde los encierran desde que nacen hasta que se mueren sin ver la luz del sol. Dicen que los animales no tienen alma pero que ellos sí. Y sí: son Homos sapiens de alma sucia, puerca. A las vacas y a los cerdos que acuchillan y a los pollos que les tuercen el pescuezo se los comen para convertirlos en excremento que va a dar a las alcantarillas, que van a dar a las quebradas, que van a dar a los ríos, que van a a dar al mar. Al mar ambiguo, necio, estúpido, que mece olas diciendo: “Al carajo, al carajo, al carajo”. Y digo ambiguo pues han de saber que en español son cinco los géneros: masculino, femenino, neutro, común y ambiguo. Y don Rufino José Cuervo no me dejará mentir. El hombre es masculino, la mujer femenino, lo bello neutro, el mártir es común, y el mar o la mar es ambiguo. La Academia dice que puente también es ambiguo y que se puede decir “el puente” o “la puente”, pero yo digo que no: sólo “el puente”. Y según ella hay un sexto género, el epiceno, pero yo digo que no: sólo los cinco enumerados y basta. Regla para saber qué está bien: lo contrario de lo que diga la Academia. Dicen que se va a acabar la Academia Colombiana de la Lengua, que fundaron hace más de cien años Caro, Cuervo y otros desocupados. Que se acabe. Y que se va a acabar el Instituto Caro y Cuervo. Que se acabe. Y que se va a acabar la Orquesta Sinfónica de Colombia. Que se acabe. Y que van a acabar con las Farc. ¿Y quién va a acabar con las Farc? ¿Este hombrecito? Este culibajito no puede ni con su alma. Es más alto de estatura física que de la moral. Y de la intelectual ni se diga. Teológicamente hablando en cambio sí, es de primera. Dice que el Espíritu Santo lo salvó de las Farc. ¿Y quién es el Espíritu Santo? Uno que mandó el Hijo. ¿Y quién es el Hijo? Uno que mandó el Padre. ¿Y quién es el Padre? Dios. ¿Y quién es Dios? Pues el que hizo esto. ¡Ah viejo chambón! Ni un zapatero remendón ni un maestro chapucero habrían salido con peor adefesio. Si Dios existe, no pueden existir papa, ni sida, ni malaria, ni terremotos, ni maremotos, ni presidentes, ni congresistas, ni gobernadores, ni concejales, ni alcaldes. O sobra Él o sobran todas estas plagas.

Y a lo que vinimos, que nos deja el tren. En mayo de 1882 Ángel y Rufino José Cuervo, hermanos de padre y madre, salieron rumbo a Europa huyendo de esto, ¡y ojos que los volvieron a ver! Más fácil vuelve el perro donde lo caparon. Y se instalaron en París, que todavía no tenía Torre Eiffel. Ellos la vieron construir, hierrito por hierrito. Catorce años después de su llegada, en 1896, murió Ángel acabando de terminar un libro que llevaba por título Cómo se evapora un ejército. Si en vez de morirse entonces se hubiera muerto ahora, se me hace que lo que habría dejado Ángel Cuervo sería uno titulado Cómo se evapora un país. O mejor dicho, Cómo se evapora el sueño de un país, porque país, lo que se dice país, no es que lo fuera ese matadero donde nacieron los Cuervo. Eso no pasó de ser un sueño de los que lo fundaron tras de separarse de España para quitarles a los gachupines las tierras y los puestos. Dizque los patriotas. ¡Cuáles patriotas! Unos avorazados e interesados era lo que eran, como esa roña politiquera conservadora y liberal en que se dividieron. Y que se agarran en una guerra civil para arrebatarse los puestos que les acababan de quitar a los españoles. Y luego en otra y luego en otra y así se pasaron el siglo XIX, que acabaron con una larga que llamaron “de los Mil Días”, que fue con la que empezaron el siglo XX. La guerra a muerte con los españoles la llamaron de independencia, palabra equivocada pues de España nunca se independizaron: se separaron. España no es más que curas y tinterillos, papel sellado y un loco que se llama Don Quijote. Aprovechándose del desangramiento de la guerra de los Mil Días, Panamá a su vez se separó: siguiendo el camino de los Cuervo se fue al carajo. Mediando el nuevo siglo, el XX, en que yo nací, andaba en otra de esas guerras civiles que llamó “la Violencia”, con mayúscula. “Violencia” es como se debería llamar ese país de nombre equivocado, y sus habitantes “violentanos” y los académicos que lo estudian en las universidades norteamericanas “violentanólogos”. Dizque “colombianistas”... ¡Qué neologismo tan feo! ¿Qué diría don Rufino José Cuervo de esa horrenda palabra? ¡Qué bueno que te moriste, Rufino José! No habrías resistido el adefesio en que te convirtieron el idioma.

A los 23 años, y con su amigo Miguel Antonio Caro, de su edad, Rufino José escribió una gramática latina, verdaderamente portentosa. Y a los 28, ahora solo, el primer libro de dialectología de la lengua castellana, las Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano. Pues bien, todo lo que en ese libro censuró Cuervo hoy lo siguen usando los violentanos, como si su máximo gramático, filólogo y lingüista no hubiera existido. “Hubieron fiestas y muchos muertos a cuchillo y bala. Por eso es que me quiero ir de aquí, de este país méndigo”. ¡Si hubiera para dónde, paisano! El desastre de aquí se contagió hasta allá y los polos se están derritiendo. ¡Ay, si sólo fueran los violentanos! La semana pasada me regalaron un libro de fotos y textos que acaban de presentar en México: El país de las palabras: retratos y palabras de escritores de América Latina, 1980-2005. Toda una colección de luminarias escribiendo textos de una paginita sobre París al lado de sus retratos. Voy a comentar sólo las primeras frases de algunos de ellos: “No creo que sea tan sólo por el pan y por el agua que yo quiero a Francia” (Adolfo Bioy Casares). ¡Cómo así que “por el pan y por el agua que yo quiero”! Ése es un “que” galicado, le falta el “por lo”. Debe ser, don Adolfo, con perdón: “No creo que sea tan sólo por el pan y por el agua por lo que yo quiero a Francia”. ¡Cómo! ¿Nunca leyó usted, con todo lo que vivió, 85 años, a don Rufino José Cuervo? ¿No le alcanzó el tiempito?

Y oigan esta perla de entrada: “Pasaron ya quince años desde que dejé París” (Alfredo Bryce Echenique). ¡Cómo así, Alfredo, que dejé París! Debe ser: “dejé a París”. Con la preposición “a”, que no cuesta, y que se usa en español castizo con países y ciudades cuando son complemento directo. ¿Tampoco vos leíste a Cuervo, viviendo aquí al lado, en el Perú? ¡Claro, como te fuiste a París! Y oigan a Ricardo Piglia, otro que se fue a París: “La primera vez que vi París me pareció que ya la conocía” ¡Y dele con “ver París”! ¡Carajo! Es “ver a París”. Y oigan a Claribel Alegría, una escritora costarricense: “Conocí París antes de haberlo visitado”. Todas éstas son primeras frases, el aperitivo. Cómprense el libro para que disfruten del plato fuerte. Todos conocen a París pero no respetan su idioma. En cambio, la primera frase de Jonuel Brigue dice: “Para conocer a París yo cerraba los ojos”. Así debe ser. Éste sí es un señor. Te felicito, Jonuel, pseudónimo de José Manuel Briceño, venezolano. Vos sos de los míos, del país de Andrés Bello. ¡Viva Venezuela!

Y oigan cómo empieza Vargas Llosa: “Dudo que, antes o después, me haya exaltado tanto alguna noticia como aquélla”. ¡Cómo que “dudo que”. ¡Dudo de que! Le falta el “de”. Eso que cometiste tú, Vargas, es el “queísmo”, una falta tan fea como su contrario, el “dequeísmo”. Decir “que” cuando es “de que”, y decir “de que” cuando es “que” es como no tener madre o mentarle la madre a la abuela. Vos tan orgulloso y tan premiado. ¡Qué! ¿No te dieron clase de español en el Leoncio Prado?

Y oigan cómo empieza Mutis: “Entre las ceremonias con las que pago mi tributo a la nostalgia cada vez que llego a París”, etc. ¡Cómo que “con las que pago”! Ese “las” sobra. Debe ser: “Entre las ceremonias con que pago mi tributo”... ¿No te enseñaron aquí las monjas a respetar el idioma? Y oigan a Juan Gabriel Vásquez: “La mitología se ocupa de los cuentos que nos resultan increíbles; aquello en lo que un hombre cree no puede formar parte de su mitología”. ¡Cómo así que “aquello en lo que un hombre cree”! Sobra el “lo”. Ese “lo” tuyo es como el “las” de Mutis. Ponte las pilas, paisano. Debe ser: “aquello en que un hombre cree”, sin el “lo”. ¡Carajo, esta lengua se murió! Hispanica lingua: ite misa est. ¡Qué bueno, Rufino José, que también te moriste vos! Muy a tiempo. El capitán que se hunda con su barco.

“La mar” dicen en España, “el mar” decimos en América, y ese charco grande que nos separa de la madre patria no ha logrado sin embargo curarnos, después de doscientos años, de nuestros dos grandes males: curas y tinterillos, que son los que no nos dejan vivir. Tres veces cruzaron el mar o la mar los Cuervo: una de ida con vuelta, y otra de ida sin ella. En abril de 1878 se fueron a Europa a conocer, a comparar, y habiendo conocido y comparado volvieron un año después. ¿Por qué? ¿A qué? ¿Por nostalgia? ¿A quedarse? Permítanme que me ría. A liquidar la fábrica de cerveza y a salir huyendo. Antes de partir la segunda vez, ésta sí para siempre, sin vuelta, fueron a despedirse de los amigos y de las hermanas clarisas y a darles a estas zánganas su última y buena limosna. Monjas y curas son iguales: limosneros. Yo no sé por qué si cuentan con el apoyo del Padre Eterno tienen que andar extendiéndoles la mano a los fabricantes de cerveza. Que trabajen. Que laven, que barran, que planchen, que cosan pero eso sí, que no paran que gente aquí es lo que sobra. Ya se han ido tres millones, por lo bajito, y caritativos como los Cuervo mandan al año 4 mil millones de dólares para que el culibajito pueda pagar con ellos la diplomacia, que cobra en billete verde, y a la que van a dar los parientes y paniaguados de los que en la cueva de Ali Babá u “honorable Congreso” le aprobaron la reelección inmediata para que él pudiera seguir mangoneando y hablando, hablando, hablando, atropellando la verdad y el idioma como una cotorra mojada y mentirosa. Y alcahuetiando de paso a cuanto asesino y genocida se levanta en armas. ¡Ay Rufino José, si oyeras a este teólogo! ¡De lo que te escapaste! La magnitud del derrumbe de tu país se mide en lo que va del presidente Caro, tu compañero de academia y de gramática latina y que escribió más versos en latín que todos los poetas de Roma juntos, y este culibajito en reelección permanente. El sueño de Colombia en tanto se nos hizo polvo. De nada se está perdiendo Panamá. Que siga solo, viendo pasar barcos, de un mar al otro. ¿Y cómo dirían en España? ¿De una mar a la otra? ¡Ah españoles cerriles! Dizque poniéndonos visa. ¡Que nos paguen, si no quieren que entremos y nos les quedemos! ¿Cuántos dólares le estarán mandando de España los de la diáspora al culibajito para que pague a sus paniaguados de la diplomacia? Se los habré de sacar en cara la próxima vez que vuelva, dentro de 20 años, cuando me lo encontraré instalado, de reelección en reelección, en el solio de Bolívar, sentado en su non plus ultra. Y hablando, hablando, hablando. Que mate, que robe, que atraque pero por Dios, que no hable. Que se calle. Que aprenda de los gobernantes chinos. ¿Cuándo han oído ustedes hablar a Lin Piao?

No ha tenido España uno como Rufino José Cuervo. Ramón Menéndez Pidal podría ser el más cercano, pero este gallego de La Coruña (de donde partió la Armada Invencible hacia Inglaterra a perder su nombre) no fue sino un filólogo. Cuervo fue eso y mucho más: un loco y un santo. Su Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana es un delirio. ¡Cuál don Quijote! ¿Quijoticos a mí, que nací y me morí en Colombia? Cervantes lo que se inventó fue un aprendiz de loco. Colombia se inventó uno de verdad, Cuervo, el máximo, el filólogo sin par. Cuervo quiso apresar un idioma de mil años, de la A a la Z. Empresa tan imposible como la de quien quisiera meter en un balde al río Cauca. Al Cauca no lo agarra nadie, pasa y se va. Se va por el Magdalena rumbo al mar, como se fueron los Cuervo a conocer a Europa, y al año justo por ahí volvieron a liquidar su fábrica de cerveza y a arrendar sus casas con sus tiendas, que era como llamaban entonces los locales de la planta baja, y a despedirse de los amigos y las monjas y a empacar. ¡Qué problemita con los inquilinos de esas casas y esas tiendas para que pagaran! Como hoy. Mejor no tener nada que financiarles vivienda y entable gratis a los zánganos. Que los mantenga el gobierno. O mi Dios. Pobres ricos padeciendo la plaga de los pobres. Los pobres son una carga para los países y la gente honrada. Comen mucho y hacen poco, destruyen las universidades y por donde pasan arrasan y si uno les da chance, lo roban. Eso de “dar chance” o papaya no lo habría entendido Cuervo. Perdón, don Rufino José. Los idiomas cambian, se empeoran. En el siglo XIX el castellano se estaba afrancesando; hoy es un adefesio anglizado. La lucha del presidente Marroquín, de la Academia Colombiana de la Lengua, y la de sus compañeros Caro y Cuervo contra los ques y los gerundios galicados fue en vano. Por estar concentrado Marroquín en esta guerra y no desviarse en dos frentes dejó perder a Panamá. ¡Qué importa! ¡Que se queden los panameños con su zancudero! Tierra malsana aquí es lo que sobra. Lo que importa es el espíritu, el idioma.

Ángel fue el de la idea de la fábrica de cerveza. ¿Un cervecero en tierra de oficinistas, tinterillos, abogados, notarios, sacristanes, curas, políticos, rábulas, leguleyos? Ajá. Aprendió a hacer cerveza en los libros, y probando, experimentando, lo consiguió. En vez de poner a trabajar para él a los pobres, que son unos malagradecidos, puso a trabajar a los microorganismos, a las levaduras, que son nobles. Nada de darle trabajo a la chusma paridora. Que los explote la madre que los parió. ¡Y qué cerveza la de los Cuervo! Hagan de cuenta una Heineken, de no creer. Como los versos en latín de Caro, que sonaban a Horacio, a Ovidio, a Virgilio, a Catulo.

Era todo un camino el que habían abierto los Cuervo: el del trabajo honrado. Ángel fabricaba la cerveza; Rufino José cobraba y llevaba la contabilidad. No bien empezaron a vender y les montaron competencia. Lo de siempre en este país ladrón donde todo se lo roban: un cable de teléfono, un inodoro, una casa, un verso, una quimera... Sólo que con los Cuervo no pudieron. Raza indolente e inconstante nunca logró competir con ellos. No le atinaban a la fórmula. Querían fabricar cerveza y les salía chicha. Chicha para que se embrutecieran más. Ángel se dedicaba a la fábrica, Rufino José a cobrar, a luchar por que les pagaran los taberneros. La fábrica la montaron en su casa, una casa que hoy sigue ahí, donde estaba, con sus balcones y sus patios y sus techos con sus tejas bajo la lluvia con sus goteras en el barrio de La Candelaria, donde en las noches, como en la ranchera de José Alfredo, la vida no vale nada. Que eso era antes, que ya cambió, que aquí ya hay muy buenos alcaldes. ¿Antes? ¿Cambió? ¿Buenos alcaldes? A otro perro con ese hueso. Nada en esencia cambia, la mesa es mesa y la piedra es piedra por obstinación ontológica. Para que el país de los violentanos cambiara se tendrían que acabar los violentanos. Y eso, mi querido amigo, está en chino. Empezaron el siglo XX con dos millones y lo acabaron con cuarenta y cinco. El plan hoy es alcanzar y duplicar lo más rapidito posible a China.

Se fueron pues los Cuervo en barco de rueda por el Magdalena rumbo a la Costa Atlántica, y luego en paquebote a Europa a conocer y por allá se pasaron un año. ¡Dónde no estuvieron! ¡Qué no vieron! Fueron a Francia, a España, a Italia, a Suiza, a Alemania, a Escandinavia, a Rusia. Ángel nos lo dejó contado todo en detalle en un libro, Viaje a Europa, título obvio pero incompleto pues también fueron a Tierra Santa y a los reinos del sultán, donde los musulmanes le rezan a Alá cinco veces al día y tienen hasta 25 mujeres. Lo que en cambio sí no nos contó Ángel fue el segundo viaje, que es el que a mí me importa: el que para él duró 14 años y para su hermano 29 y que para los dos terminó en la muerte, en París. Murieron ambos sin volver. ¿Extrañando a Colombia? Es lo que quisiera saber. ¿Pero cómo? ¿Cómo si lo que nos dejó Rufino José, quitando su diccionario empezado, fueron centenares de cartas de una correspondencia con lingüistas, hispanistas y filólogos de toda Europa? Con Pott, Schuchardt, Volmöller, Blumentritt, Tannenberg, Morel Fatio, Foulché Delbosc, Dozy, los más grandes de su tiempo. De esas cartas cuando mucho logramos saber que al llegar los Cuervo de Colombia vivieron en la rue Meisonier, que en 1891 se mudaron a la rue Bastiat, de la que en 1897, y tras la muerte de Ángel, Rufino José se mudó a la rue Largillière, de la que se mudó en 1903 a la rue de Siam, de la que se mudó en 1911 a la morada del Altísimo. ¿Quiénes lo acompañaban en el momento de la muerte? Su ama de llaves, tal vez. Y tal vez Juan Evangelista Manrique, el médico, quien había viajado de Bogotá a Europa con los Cuervo en mayo de 1882, tantísimos años atrás, casi treinta. Ese médico, en algún regreso a Colombia, fue el que le dibujó a Silva en el pecho el sitio del corazón, donde nuestro más grande poeta se pegó el tiro. Ángel Cuervo murió el 24 de abril de 1896, y un mes exacto después, el 24 de mayo, se mató Silva. Al día siguiente del suicidio de Silva, Rafael Pombo, acucioso, les daba la noticia a los Cuervo así: “Bogotá, mayo 25, 1896. Angel y Rufino J. Cuervos, París. Dos plieguitos y medio. Suicidio ayer ó antenoche de José Asunción Silva, según unos por el juego de $4,000 de viáticos de Cónsul para Guatemala; por atavismo en parte, mucho por lectura de novelistas, poetas y filósofos de moda. Tenía á mano ‘El Triunfo de la muerte’ por D’Annunzio y otros malos libros. Ignominioso, dejando solas una madre y una linda hermana, Julia”. Y pasa a hablarles de otra cosa el chismoso. ¡Si el acto más noble de un hombre es matarse! En fin, no sabía Pombo que su carta a “los Cuervos” como les decía, en plural, sólo le llegaría a uno de ellos, a Rufino José, en singular. La noticia de la muerte de Ángel venía en camino, subiendo a la altiplanicie de Bogotá en mula y estaba a punto de llegar, en tanto otra mula, de bajada, llevaba la noticia del suicidio de Silva a París. Y la noticia de la muerte de Rufino José, ¿quién la dio? ¡Juan Evangelista Manrique! Pero ya no por carta pues el progreso había echado a andar y a hacer milagros: por telegrama: “París, 17 de julio de 1911. Presidente-Bogotá. Patria duelo. Murió Cuervo. Manrique”. Cuando leí ese telegrama se me salieron las lágrimas. Yo siempre quise a ese señor. El presidente ya no era Caro, que había muerto tres años atrás. Era Carlos E. Restrepo, mi paisano, de Antioquia la Grande. ¿Y en qué pensó Cuervo en el momento en que murió? Sabrá Dios, que es novelista omnisciente de tercera persona y sabe lo que piensan sus personajes. Yo no. Por no dejar, digo que estaba pensando en Colombia, ¿pues en qué más? Oudin, el gramático, murió tratando de resolver un problemita menor de su pequeña ciencia: “Je m’en vais o je m’en va, pour le bien ou pour le mal”, dijo y se murió. En cambio yo creo que a Cuervo, a esas alturas del partido, a un siglo de que naciera la lingüística, no le importaba mucho la gramática. Ya desde hacía tiempo había aprendido que de nada sirve censurar. Lo que yo digo. ¿Conocí París? Conózcalo, si se le antoja, ahí se lo dejo enterito para usted, con “a” o sin ella, disfrútelo. El idioma está tan indefenso como los animales. Todos los atropellan con impunidad. Y esas dos causas perdidas son las que he tomado como mías, por el gusto de perder. El éxito es para los granujas. Y si no, pásenles revista a los presidentuchos actuales de América a ver si encuentran entre ellos a un señor. Uno solo. Más fácil encontraba Abraham un heterosexual en Sodoma. Gentucita bellaca y ladrona, limosneros de votos mientras suben, masturbadores del pueblo vil; y luego, no bien se encaraman al podio, a hablar, a mentir, a atropellar la verdad y el idioma. Se apoderan del micrófono y no lo sueltan. Unos por cuatro años, otros por seis, otros por ocho pues ya montados ahí se reeligen y se instalan en reelección permanente. Montan su negocito y no los saca d’ái ni misiá hijueputa como dicen en Antioquia.

Pero antes de que se me olvide, otra cosa curiosa: el 26 de diciembre de 1886, año de la constitución que nos rigió por un siglo, el vapor francés La France, que traía a Colombia ejemplares del tomo primero del Diccionario de construcción y régimen de Cuervo, se incendió en Martinica. Ahí se le quemaron a Cuervo dos letras: la A y la B. Cómo se puede incendiar un barco con tanta agua en torno no lo sé. En el desierto, pase, ¡pero en la mar, el mar océano! Tal vez porque en el desierto no circulan los barcos: sólo camellos, con musulmanes encima. Casi diez años después del hundimiento de La France, Silva habría de naufragar en otro vapor francés, L’Amérique. Moraleja: no viajen, paisanos, en barco francés que se hunden. Y por si les sirve el consejo, las azafatas de Air France son unas malcogidas, como dicen en México: de ahí su malgenio impertinente y grosero. No hay que olvidar que la mujer es un ser eminentemente sexual.

Cuervo tuvo pues trato con los más grandes. Con Pott se hablaba de tú a tú, en latín. El latín, claro, no tiene “usted”, pero no importa, tan grande era el uno como el otro. Oigan cómo empieza esta carta de Pott a Cuervo, de junio de 1876: “Quod tu, Vir illustris, non minore cum copia doctrinae quam ingenii acumine compositum nuper abs te opus de patrio tuo sermone Hispano-bogotano voluisti mihi muneris loco tradi: id paucis abhinc diebus per amicum tuum Ezquielem Uricoechea in manus meas pervenisse scito; atque nihil jam antiquius habeo, quam ut tibi pro tanta benevolentia immerita gratias agam quam maximas”. Así empieza. ¿Sí entendieron? Ese Ezquiel Uricoechea que menciona Pott es el amigo común a través del cual se conocen por carta. Alguien ha propuesto que el Instituto Caro y Cuervo se llame Instituto Caro, Cuervo y Uricoechea. ¡Cuál Caro y Cuervo, si eso ya se acabó! A un país asnal lo que hay que enseñarle es el rebuzno. ¡Que rebuzne el Primer Mandatario y que le haga eco el último ciudadano de Colombia para que no se nos vaya a perder la tonada! ¡Dizque la Atenas sudamericana! ¡Ah Miguel Cané pendejo!

Como no sea de enredos de filólogos y gramáticos, poco más sabremos de la vida de los Cuervo fuera de Colombia por ese carterío inmenso que editó el Instituto Caro y Cuervo en el curso de 27 años: que Ángel, por ejemplo, iba casi todas las noches al teatro, y que Rufino José se la pasaba en la Biblioteca Nacional consultando ediciones viejas para su diccionario: iba a sacar de unos libros para meter en otro que se iba abultando, abultando, abultando y del que publicó dos tomos y que se le quedó inconcluso, habiendo dado cuenta sólo de la A y la B, la C y la D. El resto de las letras se le quedaron en el tintero. ¡Y hoy, sin encontrar quién me responda, me pregunto tantas cosas! ¿Por qué dejó Cuervo empezado el diccionario si ya tenía todas las fichas para todas las letras? Nadie lee un libro buscado citas sólo para la A sino para las 28 letras del castellano, sin contar la doble u o doble ve o como quieran llamar a esa intrusa. ¿E iría a figurar esta arrimada en el Diccionario de construcción y régimen de Cuervo? ¿Para poner qué? ¿Wenceslao? Wenceslao no tiene régimen. No rige nada. “Ver”, por ejemplo, sí. Y así tenemos que el verbo “ver” rige la preposición “a” cuando tiene un complemento directo de persona, de país o de ciudad. Así como usted no dice: “Vi Wenceslao” sino “Vi a Wenceslao”, asimismo no debe decir “Vi París” sino “Vi a París”. ¡Carajo! ¿Dónde estás, Rufino José Cuervo? ¿En el cielo? Mira en lo que nos han convertido el idioma, en una porqueriza. ¡Qué bueno que te moriste! En 1911. Muy a tiempo. Si yo hubiera nacido un poco antes, me habría muerto un poco después. ¡Pero ay, nací en pleno triunfo de la medicina, cuando los viejitos siguen viviendo muertos! Y aquí me tienen viendo pasar carros y carros y carros, como las vacas a la orilla de la carretera en un potrero. Y gente.

Gente y más gente y más gente

pasa delante de mí,

¡qué tan triste es ver así

a humanidad en torrente!

A que no saben de quién son estos versos ripiosos. De Pombo el ignominioso.

Quiera Dios que Cuervo haya recordado a Colombia en el momento de irse, porque lo importante no es lo que uno haya vivido: lo importante es la imagen del momento final, que es la que se lleva consigo a la eternidad el muertico para que allí, instalado en la mullida nada, con toda calma la pueda ir rumiando. ¡Ay de los que mueren dormidos en el momento en que no se sueña porque se irán a la nada con nada! ¿Con nada? ¿O sin nada? ¿Cómo lo diría usted, don Rufino José?

¡Cuánto quisiera saber de él, qué le pasó en París en esos 29 interminables años! Escribió cartas y más cartas y más cartas. Dicen que empezaba el día yendo a misa de 5. ¡Y quién lo vio! ¡Que me lo juren! A lo mejor era ateo. También dicen que fue profesor de sánscrito en la Sorbona, cosa que no es cierta. ¡Qué ganas de inventar las de este pueblo! Un día de éstos me meto en archivos cinco años, diez, quince, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta, a buscar a ver qué encuentro. ¿Qué idiomas sabría Cuervo? ¿Latín? Claro. ¿Griego? Por supuesto. ¿Sánscrito? Yo digo que sí. ¿Hebreo? Quizás, tal vez, acaso, a lo mejor, de pronto. ¿Árabe? También. Lo sabía su amigo Ezequiel Uricoechea que le había enseñado alemán en Bogotá y que escribió en Bélgica una gramática del árabe y se la mandó a Cuervo a París, eso sí ya está establecido. Y también que esa gramática árabe no era del todo suya sino de un alemán que él tradujo al francés anotándola, como ya antes había publicado una gramática chibcha que era de un cura de la Colonia y que él prologó y adaptó. Los que sí sabía muy bien Ezequiel eran el francés, el inglés y el alemán. Fue profesor de árabe en Bruselas, y murió en Beirut al llegar, en llegandito, como diría un indito. En Beirut se pensaba entregar en cuerpo y alma al árabe. No lo quiso Alá, que es lo contrario de ojalá, que quiere decir, “quiera Alá”. Esta interjección la debería usar Benedicto XVI de rodillas con el trasero al aire y mirando a La Meca a ver si se le calman los musulmanes. ¡Qué alborotadita la que le dio al avispero! Y dejen ésa. ¡La que yo le pienso dar! Así que ya saben: cuando digan “ojalá” los puede quemar la Inquisición por herejes. Por lo menos no atropellen el idioma diciendo: “Ojalá y venga” u “ojalá venga”. No, eso está mal. Debe ser: “Ojalá que venga”, según enseñó Cuervo. ¡Claro! Como quien dice: “Quiera Alá que venga”. ¡Ay, si hoy viviera Cuervo y oyera en lo que convirtieron esto! ¡Wow! “Wow” es la interjección de asombro que hoy está de moda. La tomaron del inglés. Suena como un perro ladrando. Hasta las interjecciones están anglizadas. Nos putiaron el idioma.

Lo peor de la tierra es Colombia y lo peor de Colombia es Antioquia. ¿Y lo peor de Antioquia qué? ¿Pablo Escobar? ¡Qué Pablo Escobar! Uribe. Pablo Escobar era un hampón de la calle y murió en su ley. Uribe es un hampón de la política y vive protegido en el Palacio de Nariño. Este hombrecito artero llegó al poder engañando, prometiéndole mano firme a un pobre país que se hundía en el más absoluto estado de indefensión, a merced de sus criminales. Ya saben lo que fue la mano firme: la mano tendida a los secuestradores, asesinos y genocidas paramilitares, la mano traidora que les ha estado extendiendo el remilgado a los de las Farc. Don bellaco es un hombre generoso, tiene el corazón muy grande. Colombianos: roben, atraquen, secuestren, maten que aquí tenemos de primer mandatario a nuestro primer alcahueta. No teman ningún castigo que se quedarán impunes, esto es el reino de la impunidad. ¡Y yo que creía que lo más vil que había producido Colombia eran César Gaviria y Andrés Pastrana! ¡Pendejo! Este país se supera.

Desde aquí me sumo a la opinión nacional contra Antioquia. Yo no soy de ahí. Nací en el páramo de Pisba, entre frailejones. ¿Que se quieren independizar esos comemierdas? ¡Déjenlos! Que se independicen a ver cómo le va a ese otro Panamacito. Que muy industriosos ellos, que muy verracos. En 350 años que tiene su ciudad y a 550 de la invención de la imprenta no han podido imprimir ni un solo libro decente. Están a años luz de Gutenberg. Tal vez en el 3000 lo logren. En el 3000, cuando sean ocho mil trescientos cuarenta y cuatro millones de trillones de septillones de antioqueños verracos. Y todos comiendo aire y expulsando viento.

Una vez, que yo sepa, Cuervo pronunció el nombre de Antioquia. Y Silva igual, una sola. ¿Habrán pronunciado también la palabra de luz “Medellín”, el espejismo tramposo? Medellín viene de un chiquero de Extremadura, patria chica de Hernán Cortés, el genocida. Pero dejemos esto que voy a sacar cuentas. Silva conoció a los Cuervo de niño, en Bogotá. Cuando se los volvió a encontrar en París tenía 19 años, Ángel 44 y Rufino José 38. Jovencísimos todos. Marroquín tenía 73 cuando, aprovechándose de su juventud, le dio el golpe de Estado a Sanclemente, un viejito de 86. Murió Sanclemente en Villeta, en tierra templada, dos años después, despojado del bien supremo de los colombianos, la presidencia. Marroquín, amigo de los Cuervo y fundador con Rufino José de la Academia Colombia de la Lengua, fue también gramático, pero su obra cumbre son unos versos, “La perrilla”, que empieza:

Es flaca sobremanera

toda humana prevención

pues en más de una ocasión

sale lo que no se espera.

¡Y claro! Por andar en gramatiquerías y versificaciones este golpista abusivo, abusador de viejitos, dejó perder a Panamá. ¿Dejó perder a Panamá? ¿O dejó perder Panamá? A ver. ¿Cómo se dice? Y otra pregunta: ¿En qué pueden competir los antioqueños con Poe, con De Quincey, con Baudelaire, con Verlaine: en los versos o en la prosa? ¡En la droga! Cuando yo me muera (si es que estoy vivo) ¿quién le dará la noticia de mi muerte a quién? ¿Qué Pombo dirá de mi vida ignominiosa?

¿Cómo pudo vivir Rufino José sin su hermano Ángel 15 años? Quince años solo. ¿Y por qué dejó el Diccionario de construcción y régimen empezado, en el volumen 2 y en la letra E, si ya tenía el fichero para la totalidad de las letras y el dinero para imprimir la obra completa? ¿Por qué no siguió? ¿Porque se desilusionó de su obra? ¿Porque vio lo inútil que era? Inútil es todo, don Rufino José, la vida misma, que uno llena con otras inutilidades. La máxima locura que ha producido la raza hispánica, por sobre la de Don Quijote, es la tuya, tu diccionario, delirante, desmesurado, hermoso con la hermosura que tienen las grandes obras sin sentido ni razón. Pretendiste apresar en siete tomos todo el caudal de tu idioma. Imposible. El idioma es como un río que no agarra nadie. El río fluye y se va. El idioma es fugaz, deleznable, cambiante, pasajero, traicionero. Como Antioquia.

Sólo el papa y yo tenemos la postestad de canonizar porque desde el Primer Concilio Vaticano sólo él y yo somos infalibles. Wojtyla canonizó a mil quinientos, ya se gastó su cuota. Ahora me toca a mí. El año pasado canonicé a Cervantes en Berlín. Pues esta noche, aquí, en este liceo insigne y en uso de mis facultades plenas y de los privilegios que me confirió el Concilio canonizo a Cuervo, el más noble y el más bueno de los colombianos. A Rufino José Cuervo, que no odió, que no conoció el rencor ni la envidia, que no ocupó puestos públicos ni tuvo hijos, que amó como un iluso a este idioma y a esta patria lejana. San Rufino José Cuervo Urisarri que desde el cielo nos estás viendo, ¡apiádate de mí!

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